08 febrero 2021

Primavera silenciosa

La magnitud y extensión de las medidas de confinamiento que se impusieron en la primavera de 2020 por motivo de la COVID 19 provocaron una reducción de la actividad humana sin precedentes en la historia moderna. Este insólito escenario supuso una ocasión única para evaluar los efectos de nuestro estilo de vida en la biodiversidad.

Las palomas ocupan las calles vacías de Sarajevo (Bosnia Herzegovina). EFE/FEHIM DEMIR


Un artículo anterior publicado en este blog analizó la sorprendente variedad de fauna que prosperaba dentro de la zona afectada por la catástrofe nuclear que ocurrió en Chernóbil hace 35 años. Este hecho ilustra la capacidad de recuperación de las poblaciones animales cuando se ven liberadas de la presión humana. Pese a que la contaminación radiactiva provocó efectos letales para numerosos animales, lo cierto es que en esa región viven ahora grandes poblaciones de lobos, alces, ciervos y jabalíes. Incluso es probable que en algunas especies, las poblaciones actuales sean superiores a las que existían en la zona antes del accidente. De hecho, la abundancia relativa de cérvidos en la zona de exclusión es similar a la estimada en otras cuatro reservas naturales no contaminadas de la región. Especialmente significativo es el número de lobos que viven allí, con una población siete veces mayor que la censada en parques naturales no afectados.

Reserva Radioecológica de Polesia (Bielorrusia)

Tras la declaración de la pandemia en marzo del año pasado por parte de la Organización Mundial de la Salud, la mayoría de los países tomaron un amplio conjunto de medidas sociales y sanitarias dirigidas a contener la propagación del virus. La interrupción abrupta de muchas actividades sociales y económicas provocó una caída notable del tráfico de vehículos en las ciudades con la consiguiente disminución de la contaminación atmosférica y, sobre todo, acústica.

Gorrión de corona blanca. Fotografía de Brian Sullivan

Seis meses después de la irrupción de la pandemia se publicó en la revista Science un estudio que demostró cómo esa reducción del ruido hizo que algunas aves del área de la Bahía de San Francisco (California) retomaran niveles de calidad en su canto que no se observaban desde hacía medio siglo. La especie investigada fue el gorrión de corona blanca (Zonotrichia leucophrys), un emberícido muy común en Norteamérica. Es una de las especies favoritas no solo de los observadores de aves sino también de los investigadores. Mucho de lo que conocemos sobre la fisiología de la migración de aves se ha obtenido de experimentos de laboratorio con esta especie.

Los machos muestran un fuerte instinto territorial. Una vez delimitado el territorio, hinchan el plumaje de su pecho, erizan las plumas de su píleo y despliegan su potente canto. Las frecuentes disputas entre individuos durante la temporada de reproducción van perdiendo fuerza a medida que se establece una cierta jerarquía en el uso del espacio. 

También su canto se ha investigado en profundidad, especialmente las versiones locales que existen. Estas variaciones, que funcionan como nuestros dialectos, surgen cuando dos poblaciones vecinas tienen una diferencia en su canto mayor que la que existe entre los individuos de una misma población. La transmisión cultural puede perpetuar los dialectos de una generación a la siguiente cuando los jóvenes aprenden de sus progenitores y de los vecinos. Según las especies, los dialectos pueden ser de muy corta vigencia o perdurar durante generaciones.

Gorrión de corona blanca. Fotografía de Mason Maron
Los dialectos del gorrión de corona blanca varían especialmente en las estrofas finales. En la ciudad de San Francisco (California) ya se había estudiado el impacto del ruido ambiental que provoca el tráfico en el canto. De los tres dialectos que se detectaron en la zona (véase mapa inferior), uno desapareció (sonograma superior), otro disminuyó su uso (sonograma inferior) y el tercero se expandió a lo largo de las tres décadas que comprendió el periodo de estudio (sonograma intermedio)Se observó, además, que la frecuencia de tonos agudos en los trinos aumentó a lo largo del periodo estudiado hasta superar la correspondiente a los trinos de los gorriones rurales. 

Modificado de Kim Todd "The Disappearing Language of Sparrows". Bay Nature magazine. 2016

Los autores concluyeron que esta variación tonal podía ser una respuesta cultural al aumento de ruido de baja frecuencia en la ciudad, provocado a su vez por el incremento en el tráfico rodado durante ese periodo. Ese ruido continuo del ambiente urbano dificultaría la comunicación entre los pájaros cuando las frecuencias de tonos graves coincidieran con las de los trinos. El uso de un nuevo “dialecto” virado a tonos más agudos sería una forma de optimizar la transmisión en el ambiente acústico de la ciudad, haciéndola más eficiente.

Canto del gorrión de corona blanca. Grabación de  Benjamin M. Clock

El confinamiento de la ciudad de San Francisco supuso una gran oportunidad para confirmar si, efectivamente, la acción del hombre pudo ser la principal causa de las modificaciones de canto hacia frecuencias agudas. Se comparó el canto de los gorriones entre abril y junio de años anteriores (2015 y 2016) en lugares específicos de la ciudad con los mismos sitios y las mismas fechas de 2020. Y la hipótesis se confirmó. Durante la cuarentena, con un ruido de fondo insignificante, los pájaros recuperaron los tonos más graves y bajaron el volumen de emisión. Esto les permitió mejorar la comunicación (pues su canto cubría distancias más lejanas) con un ahorro de energía añadido.

En otra investigación que se realizó en Cataluña durante esos meses, se estudió la respuesta de las aves a este cese impuesto utilizando más de 126.000 registros de aves recopilados por un proyecto de ciencia ciudadana. Compararon la presencia y detección de aves durante la primavera de 2020 con datos de años anteriores en las mismas áreas urbanas y fechas. Encontraron que las aves no invadieron las áreas urbanas durante el confinamiento, refutando la hipótesis de que la naturaleza había recuperado su espacio en las ciudades vaciadas por humanos. Sin embargo, sí notaron un aumento en la detección de las aves, especialmente durante las primeras horas de la mañana, lo que podría sugerir un cambio rápido en las rutinas diarias de las aves. De alguna forma, las aves urbanas mostrarían una alta plasticidad conductual para adaptarse con rapidez a las nuevas condiciones ambientales impuestas por la pandemia.

Las aves dependen en gran medida de la comunicación acústica. Durante la reproducción, los machos cantan para atraer a las hembras y señalizar sus territorios, de modo que se hacen visibles, detectables. El confinamiento se impuso justo al comienzo de la temporada reproductiva, coincidiendo con el pico de actividad cantora de los machos. Por lo tanto, hubo una fuerte presión para programar la actividad de canto al momento óptimo del día. Y ese momento es, sin duda, el amanecer porque las propiedades físicas de la atmósfera mejoran la transmisión acústica y las aves pueden conseguir máximos de audiencia.

Gorriones (Passer domesticus) en el respaldo de una silla. Plaza Mayor de Segovia

Los autores del estudio pudieron aprovechar el experimento social impuesto por la COVID-19 para probar la hipótesis de la adaptabilidad que muestran las aves urbanas, habitantes de un entorno en constante cambio. Sin embargo, esta rápida respuesta adaptativa podría haber resultado favorecida por el conocimiento previo que tienen estas aves del ritmo semanal de la actividad humana. Y es que las aves urbanas cambian su comportamiento para adaptarse a los hábitos humanos y podrían haber interpretado el confinamiento como un “fin de semana” extrañamente largo y tranquilo (de dos meses como mínimo en la mayoría de las ciudades españolas). Por eso, aunque todas las especies estudiadas modificaron sus patrones diarios de actividad, quizá las especies más urbanitas se beneficiaron menos del bloqueo, ya que debido a una mayor tolerancia a la presencia humana no obtendrían tanta ventaja en una ciudad vacía.

Pero este rápido cambio de comportamiento animal puede convertirse en una trampa ecológica. Resulta obvio que el confinamiento de la ciudadanía ante la epidemia del coronavirus trajo una inaudita tranquilidad para el mundo animal, pero una vez recuperada la normalidad el entorno volverá a ser una amenaza para aquellos animales que puedan confiarse. La bióloga Carme Rosell, directora de una consultoría especializada en gestión de biodiversidad urbana y prevención de accidentes en infraestructuras de transporte, confirma que en aeropuertos como El Prat (Barcelona) se han tenido que intensificar los trabajos para ahuyentar a gaviotas o cormoranes. Con el acusado descenso del transporte aéreo, estas aves creen que los aeropuertos son ahora ámbitos seguros. En el aeródromo barcelonés hay canales y pantanos con abundante pesca. Esto abre la puerta a problemas cuando se reactive el tráfico aéreo a valores previos a la crisis, tanto para la seguridad de las aves como para la de los aviones.

Daños producidos en un Boeing 737 que impactó en julio de 2014 contra una bandada de gaviotas cuando se disponía a aterrizar en el aeropuerto de Girona. Fotografía de Albert Frigolé

Expertos de la Sociedad Española de Ornitología (SEO Birdlife) y del Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF) afirman, no obstante, que la reducción de la presencia humana no durará lo suficiente como para que suponga una alteración para la fauna. Incluso si las restricciones se prolongaran dos ciclos reproductivos completos, es poco tiempo para que se modifiquen  los hábitos de las aves de una forma significativa. Así que es probable que los cambios sean efímeros y la mayoría de sus consecuencias desaparezcan cuando la actividad humana vuelva a niveles previos a la crisis. Las especies biológicas son muy dinámicas, se adaptan rápidamente a las nuevas condiciones ambientales, pero lo más probable es que cuando se recupere la actividad humana, sus poblaciones se replieguen.

La primavera silenciosa de 2020 ocultó de golpe el estrés, el ruido y la contaminación que sufren nuestras ciudades. Este experimento inesperado que vivimos nos hizo reflexionar sobre muchas cosas. También sobre nuestro estilo de vida y la repercusión de las actividades humanas no sólo en nuestra salud sino en las condiciones de vida de nuestros vecinos no humanos, las aves incluidas.

José Antonio López Isarría