La magnitud y extensión de las medidas de confinamiento que se impusieron en la primavera de 2020 por motivo de la COVID 19 provocaron una reducción de la actividad humana sin precedentes en la historia moderna. Este insólito escenario supuso una ocasión única para evaluar los efectos de nuestro estilo de vida en la biodiversidad.
Las palomas ocupan las calles
vacías de Sarajevo (Bosnia Herzegovina). EFE/FEHIM DEMIR |
Reserva Radioecológica de Polesia
(Bielorrusia) |
Gorrión de corona blanca. Fotografía de Brian Sullivan |
Seis meses después de la irrupción de la pandemia se publicó en la revista Science un estudio que demostró cómo esa reducción del ruido hizo que algunas aves del área de la Bahía de San Francisco (California) retomaran niveles de calidad en su canto que no se observaban desde hacía medio siglo. La especie investigada fue el gorrión de corona blanca (Zonotrichia leucophrys), un emberícido muy común en Norteamérica. Es una de las especies favoritas no solo de los observadores de aves sino también de los investigadores. Mucho de lo que conocemos sobre la fisiología de la migración de aves se ha obtenido de experimentos de laboratorio con esta especie.
Los machos muestran un fuerte instinto territorial. Una vez delimitado el territorio, hinchan el plumaje de su pecho, erizan las plumas de su píleo y despliegan su potente canto. Las frecuentes disputas entre individuos durante la temporada de reproducción van perdiendo fuerza a medida que se establece una cierta jerarquía en el uso del espacio.
También su canto se ha investigado en profundidad, especialmente las versiones locales que existen. Estas variaciones, que funcionan como nuestros dialectos, surgen cuando dos poblaciones vecinas tienen una diferencia en su canto mayor que la que existe entre los individuos de una misma población. La transmisión cultural puede perpetuar los dialectos de una generación a la siguiente cuando los jóvenes aprenden de sus progenitores y de los vecinos. Según las especies, los dialectos pueden ser de muy corta vigencia o perdurar durante generaciones.
Gorrión de corona blanca. Fotografía de Mason Maron |
Modificado de Kim Todd "The
Disappearing Language of Sparrows". Bay Nature magazine. 2016 |
En otra investigación que se realizó en Cataluña durante esos meses, se estudió la respuesta de las aves a este cese impuesto utilizando más de 126.000 registros de aves recopilados por un proyecto de ciencia ciudadana. Compararon la presencia y detección de aves durante la primavera de 2020 con datos de años anteriores en las mismas áreas urbanas y fechas. Encontraron que las aves no invadieron las áreas urbanas durante el confinamiento, refutando la hipótesis de que la naturaleza había recuperado su espacio en las ciudades vaciadas por humanos. Sin embargo, sí notaron un aumento en la detección de las aves, especialmente durante las primeras horas de la mañana, lo que podría sugerir un cambio rápido en las rutinas diarias de las aves. De alguna forma, las aves urbanas mostrarían una alta plasticidad conductual para adaptarse con rapidez a las nuevas condiciones ambientales impuestas por la pandemia.
Las aves dependen en
gran medida de la comunicación acústica. Durante la reproducción, los machos cantan
para atraer a las hembras y señalizar sus territorios, de modo que se hacen
visibles, detectables. El confinamiento se impuso justo al comienzo de la
temporada reproductiva, coincidiendo con el pico de actividad cantora de los
machos. Por lo tanto, hubo una fuerte presión para programar la actividad de
canto al momento óptimo del día. Y ese momento es, sin duda, el amanecer porque
las propiedades físicas de la atmósfera mejoran la transmisión acústica y las
aves pueden conseguir máximos de audiencia.
Gorriones (Passer domesticus) en el respaldo de una silla. Plaza Mayor de Segovia |
Los autores del estudio pudieron aprovechar el experimento social impuesto por la COVID-19 para probar la hipótesis de la adaptabilidad que muestran las aves urbanas, habitantes de un entorno en constante cambio. Sin embargo, esta rápida respuesta adaptativa podría haber resultado favorecida por el conocimiento previo que tienen estas aves del ritmo semanal de la actividad humana. Y es que las aves urbanas cambian su comportamiento para adaptarse a los hábitos humanos y podrían haber interpretado el confinamiento como un “fin de semana” extrañamente largo y tranquilo (de dos meses como mínimo en la mayoría de las ciudades españolas). Por eso, aunque todas las especies estudiadas modificaron sus patrones diarios de actividad, quizá las especies más urbanitas se beneficiaron menos del bloqueo, ya que debido a una mayor tolerancia a la presencia humana no obtendrían tanta ventaja en una ciudad vacía.
Daños producidos en un Boeing 737 que impactó en julio de 2014 contra una bandada de gaviotas cuando se disponía a aterrizar en el aeropuerto de Girona. Fotografía de Albert Frigolé |
La primavera silenciosa de 2020 ocultó de golpe el estrés, el ruido y la contaminación que sufren nuestras ciudades. Este experimento inesperado que vivimos nos hizo reflexionar sobre muchas cosas. También sobre nuestro estilo de vida y la repercusión de las actividades humanas no sólo en nuestra salud sino en las condiciones de vida de nuestros vecinos no humanos, las aves incluidas.
José Antonio López Isarría