El círculo polar ártico es el espacio que queda incluido por encima de los 66,6° de latitud Norte. La riqueza biológica de este ecosistema se reparte entre las aguas marinas, las placas de hielo, la zona costera, la tundra y algunos bosques de coníferas. Tiene unos 7 millones de km2 de hábitats terrestres, que varían desde la tundra arbustiva de la parte baja (al sur) hasta los páramos de vegetación escasa que dominan en las áreas más septentrionales.
Sólo un 2% de especies de aves
del mundo son capaces de criar aquí. Casi todas tienen la mitad o más de su
área de reproducción confinada en el Ártico. Entre las aves árticas, los anseriformes
(patos y gansos) y los caharadriiformes (gaviotas y limícolas) alcanzan su
mayor diversidad en estas latitudes frías. Todas se benefician de un breve pero
intenso estallido estacional de recursos alimenticios, ya sea en forma de
materia vegetal o animal. A cambio de soportar unas
condiciones tan limitadas, tienen un bajo riesgo de muerte debido una
escasa presión depredadora y una menor
incidencia de enfermedades parasitarias que otras aves de climas cálidos. Casi todas son migratorias,
viajan a todos los rincones del mundo, desde los hábitats boreales a los
tropicales. Algunas incluso se desplazan hasta la Antártida, en la otra punta del planeta.
Sin duda alguna, la principal
amenaza del Ártico es el calentamiento global, que está provocando la rápida disminución
en la extensión del hielo marino ártico. Desde 1979, los científicos ya vienen alertando
de este grave problema ambiental. En los últimos diez años, la extensión mínima
de la capa de hielo en septiembre ha sido 1/3 menor que en la década de 1980-1990.
Durante los últimos cuarenta años, las temperaturas en el Ártico han aumentado
alrededor de 0,5 °C por década. Este incremento de temperatura duplica el
promedio del resto del planeta.
La ecología y las estrategias de
alimentación de cada especie también influyen en la capacidad de respuesta al
desafío climático. Las aves marinas que más anticipan la cría pescan en aguas superficiales, como el págalo rabero (Stercorarius longicaudus),
la gaviota piquicorta (Rissa brevirostris), la gaviota tridáctila (Rissa
tridactyla), la gaviota hiperbórea (Larus hyperboreus), el charrán
ártico (Sterna paradisaea), el paíño boreal (Oceanodroma leucorhoa)
o el fulmar boreal (Fulmarus glacialis).
Parece pues que no todos
los seres vivos son capaces de responder de forma similar a los cambios
ambientales derivados del cambio climático. Algunas especies se desplazan
hacia latitudes o altitudes superiores a medida que la temperatura aumenta,
otras alteran la dieta en respuesta a los cambios en la abundancia y
disponibilidad de alimento. Incluso hay especies en las que no se ha detectado
ningún tipo de respuesta.
El calentamiento global altera
las condiciones ambientales poco a poco. No obstante, este cambio lento y
continuo puede impulsar a los mecanismos que rigen el clima hasta un punto
crítico tras el cual pasan a un estado nuevo de una forma brusca. Este salto
trae consigo una variación en el clima de consecuencias impredecibles. Y lo
peor es que cuando se ha cruzado el umbral, los cambios pueden persistir
durante cientos de años. El mejor ejemplo para entender esta singularidad de nuestro
clima nos lo ofrecen las corrientes marinas.
Sabemos que el clima en la región
del Atlántico norte, que incluye Europa y la zona este de Norteamérica, está influido
por la gran corriente oceánica que transporta el calor hacia el Norte desde los
trópicos. Se llama Corriente del Golfo
y es una corriente cálida que fluye en dirección NE desde el estrecho de
Florida a las costas occidentales de Europa e islas orientales del Océano
Glacial Ártico. Esta corriente tiene una gran importancia climática debido a
sus efectos moderadores en el clima de Europa occidental.
Cinta transportadora oceánica. En rojo aguas superficiales cálidas. En azul aguas frías profundas |
Esta cinta transportadora favorece el intercambio de calor a través del interior del océano. Sin este mecanismo, el clima relativamente templado de Londres podría ser tan frío como el de Montreal. La carta de valores anuales promedio de las anomalías de temperatura respecto a su valor medio a la misma latitud (ver mapa inferior) muestra una fuerte anomalía positiva (entre +5°C y +10°C) sobre Europa Occidental, desde el norte de Francia hasta el conjunto de Escandinavia. Esta anomalía es particularmente significativa en invierno.
En rojo anomalías positivas (más temperatura de la esperable por latitud geográfica). En azul, las anomalías negativas. |
Situación actual. Tomado de Richard B. Alley. Scientific American |
Escenario de un futuro deshielo masivo.Tomado de Richard B. Alley. Scientific American |
En la descarga de agua dulce al Atlántico
norte no solo contribuiría el deshielo de la banquisa marina sino también los glaciares de Groenlandia y otras islas del Ártico. Desde
hace veinte años, los científicos nos vienen alertando de que la mitad sur del
casquete de hielo de Groenlandia está retrocediendo a gran velocidad. Aunque
pueda parecer una hipótesis catastrófica exagerada, existen sólidas evidencias
de que aumentos bruscos del flujo de agua dulce hacia el océano Ártico han
parado o debilitado la cinta transportadora oceánica de calor al menos dos
veces en el pasado geológico reciente.
Una de estas paradas ocurrió cuando el mundo salía de la última era glacial, hace unos 15.000 años. Coincidió con el desagüe masivo de agua dulce al Atlántico norte procedente de los glaciares de Norteamérica, que se fundieron por un progresivo aumento de las temperaturas. A consecuencia de la parada de la cinta transportadora, Europa occidental dejó de recibir el calor que enviaba la corriente marina y quedó sumida en una ola de frío de 1500 años conocida como Dryas Reciente. Con todo, lo más sorprendente de este cambio no fue tanto su intensidad sino su velocidad. Se estima que pudo ocurrir en el transcurso de escasamente una década. Al Gore lo divulgó en su conocida conferencia “Una verdad incómoda”.
La oceanógrafa norteamericana Ruth Curry lleva estudiando la circulación oceánica desde 1980. Está interesada en investigar cómo cambian las corrientes marinas con el tiempo y qué papel juegan en el clima global. En su opinión, esta edad de hielo pudo haber sido causada por la detención súbita de la circulación termohalina, fruto de ciclos climáticos que periódicamente funden el hielo ártico. Cree, no obstante, que necesitaríamos una máquina del tiempo para asegurarlo con certeza.
En el siglo pasado, concretamente
en 1967, una enorme mancha de agua dulce apareció frente a la costa este de
Groenlandia como resultado de una probable descarga masiva de hielo en el
océano circundante. Conocida como la Gran
Anomalía Salina, afectó a toda la zona durante toda la década de 1970. Pudo
interferir en la circulación termohalina al obstaculizar la formación de agua
profunda en el Mar del Labrador. Continuó derivando en dirección al Mar de
Noruega a fines de la década de 1970, y se desvaneció poco después. Como
consecuencia de esta anomalía hubo una sucesión de inviernos fríos, sobre todo
en Europa.
El 31 de julio de 2019 se produjo el mayor retroceso de hielo en Groenlandia en solo un día. Se fundieron 11.000 millones de toneladas de hielo. Ese mes de julio había sido el más cálido desde 1880. Sin embargo, se detectó una anomalía en el extremo norte del Atlántico (círculo ampliado de la imagen inferior) que evolucionaba justo al contrario, cada vez era más fría, con valores por debajo de la media. El hecho de que el planeta registre un récord de calor a la vez que tenga un récord de frío es bastante sorprendente. El oceanógrafo y climatólogo alemán Stefan Rahmstorf, un experto mundial en cambio climático, cree que esto es consecuencia del lento declive del Sistema de Corrientes del Golfo como respuesta al calentamiento global.