En un artículo anterior dedicado al
mundo de los colibríes hicimos mención a las llamadas “Líneas de Nazca”, en las pampas de Jumana del desierto de Nazca (Perú). Esta zona forma parte de
una las regiones más áridas del mundo, con apenas 5 mm de precipitación anual,
donde los únicos lugares aptos para el desarrollo humano son los
valles-oasis que forman los ríos que atraviesan el desierto de Este a Oeste.
Estas líneas muestran formas
geométricas variadas, algunas de animales, vegetales e incluso humanas. Debido a sus
grandes dimensiones sólo son apreciables desde el aire. Reciben el nombre de geoglifos y hasta la fecha han sido descubiertos
más de 2000. Sin embargo, los temas y el propósito de los objetos representados
no están claros. Esto es debido, en parte, a que las culturas preincaicas carecían
de sistemas de escritura.
Su construcción la iniciaron los
pueblos precolombinos de la cultura Paracas (alrededor de 500 a.C.) y duró
hasta el final del desarrollo de la cultura Nazca (650 d.C.). Los habitantes de
estos valles se adaptaron bien a las extremas condiciones de vida. Su cultura progresó
a base de una relación armoniosa con el medio y de ingeniosos sistemas de
riego. En este contexto, el desierto se convirtió en un recurso más del medio
ambiente y fue aprovechado al máximo para esculpir sobre el suelo grandes figuras
geométricas que se integraron en la vida cultural de esa sociedad.
Los geoglifos Nazca se deben a la
combinación de varias particularidades del terreno. Las superficies planas de
las extensas mesetas situadas entre los valles se convirtieron en el fondo
ideal para “dibujar” figuras. La tarea fue facilitada, además, por el fuerte
contraste de colores que se produce cuando se remueven las piedras superficiales,
de un color oscurecido por la oxidación de los minerales, sobre un fondo de
tierra arenosa de color más claro.
Se cree que durante ese tiempo,
las laderas y mesetas formaron parte de un paisaje social activo y animado,
donde los geoglifos eran la sede de actividades festivas y religiosas, sobre
todo las relacionadas con el culto al agua y a la fertilidad. Estas actividades
habrían tenido lugar en las estructuras de piedra asociadas con estas grandes
figuras.
El parecido de algunos geoglifos
con siluetas de aves alimentó la hipótesis de que quizá sirvieran de ofrenda a
un dios volador respetado y temido por los pobladores. Pudieran tener como
objetivo que esta divinidad no los castigara con sequías pertinaces. Una investigación dirigida por el japonés Masaki Eda, del Museo de la Universidad de Hokkaido, revisó toda la información precedente y abordó la interpretación de los geoglifos con
formas de aves desde una perspectiva estrictamente ornitológica.
Hasta esta publicación, la interpretación que se hacía de estas figuras se basaba en los
estudios del arqueólogo peruano Luis Guillermo Lumbreras, un experto mundial en
el tema. Clasificó 11 de los 20 geoglifos aviares como "pájaros
indeterminados". Los 9 restantes los definió como colibríes (2), un loro,
un pato, un flamenco chileno (Phoenicopterus chilensis), un pelícano, un
guanay, una fragata, y un sinsonte colilargo (Mimus longicaudatus).
Sinsonte colilargo (izquierda) y flamenco chileno (derecha)
El trabajo de Masaki Eda ha llegado a la conclusión
de que si bien ciertas figuras se parecen a varias especies de aves peruanas, no
se descarta que también se inspiren en aves foráneas que frecuentaban la costa. En concreto, se fijaron en 16 geoglifos que muestran aves similares a
los actuales ermitaños, pelícanos y crías de loro. Los ermitaños y los loros se
encuentran en las selvas tropicales, mientras que los pelícanos viven en las
zonas costeras.
Se realizó un estudio comparativo
de la forma y tamaño del pico, cabeza, cuerpo, alas, cola y patas de las aves representadas
en los geoglifos con las de las aves modernas de Perú. Se llegó a la conclusión
de que era necesario reclasificar un colibrí como un pájaro ermitaño y un
pájaro guano (y otra ave no identificada) como pelícanos. Los artistas que
diseñaron estas gigantescas imágenes pudieron haber avistado pelícanos mientras
recolectaban comida en zonas costeras.
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Tomado de “Identifying the bird figures of the Nasca pampas: An ornithological Perspective”. Journal of Archaeological Science: Reports. |
El geoglifo (a) de la foto
superior, catalogado como Geoglifo No. PV68A-CF1, fue inicialmente asociado a
un pico de espada (Ensifera ensifera),
y así se reflejó en el artículo publicado en mi blog fechado en septiembre de
2018. Las nuevas investigaciones lo asocian a otra especie, concretamente a un ermitaño
de cola larga (Phaethornis superciliosus),
un colibrí de tamaño medio que vive en las selvas lluviosas de tierras
bajas de Venezuela, las Guayanas, y el nordeste de Brasil, donde crecen heliconias.
Estas plantas tropicales, muy comunes en Centro y Suramérica, tienen sus flores
envueltas en llamativas estructuras conocidas como brácteas, generalmente de vivos
colores rojos, naranjas y amarillos.
Ermitaño de cola larga (izquierda) yermitaño verde (Phaethornis guy) libando néctar de una
heliconia
La figura inferior muestra tres
geoglifos que pudieran corresponder a un pollo de guacamayo rojo. Es un psitácido de colores vivos con
predominio del rojo. Vive en bosques húmedos tropicales cercanos a grandes
corrientes de agua de América Central y América del Sur, desde Guatemala hasta
Brasil y Bolivia. Su relación con el ser humano se remonta a las primeras
civilizaciones precolombinas. Los mayas y aztecas lo vinculaban con las
deidades del fuego y el sol y así quedó plasmado en numerosos elementos
artísticos como estelas, piezas de cerámica y murales. Sus plumas eran muy
apreciadas para elaborar adornos y producir obras de arte plumario.
Tomado de “Identifying the bird figures of the Nasca pampas: An ornithological Perspective”. Journal of Archaeological Science: Reports.
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Adulto de guacamayo rojo |
El trabajo de Masaki
Eda también reinterpreta los geoglifos abajo indicados como
correspondientes al pelícano peruano (Pelecanus
thagus), un ave marina de más de dos metros de envergadura alar, con una
característica bolsa subyugular con la que captura e inmoviliza los peces. Vive en la costa e islas
cercanas de Perú y Chile, en la zona de influencia de la corriente de Humboldt.
Junto a otras aves marinas, se agrupan en colonias de cría de centenares de
miles de aves. Estas inmensas congregaciones acumulan sus excrementos (guano) en
la superficie de forma continuada, ya que en estas zonas no llueve casi nunca.
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Tomado de “Identifying the bird figures of the Nasca pampas: An ornithological Perspective”. Journal of Archaeological Science: Reports.
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Pelícano peruano |
Es posible que los nativos preincaicos
ya usaran el guano como abono. Su gran poder fertilizante se debe a los altos
niveles de nitrógeno y fósforo, dos de los elementos químicos básicos para el
metabolismo de las plantas. El wuanu,
término quechua que designa a estos excrementos, fue un tesoro de Perú desde tiempos precolombinos.
Los años dorados entre 1840-1880, Perú llegó a exportar 300.000 TM anuales de guano. Tal fue la riqueza económica que proporcionó
al país andino este recurso natural que su importancia incluso ha sido
equiparada a la del petróleo en el siglo XX. Pero la sobreexplotación que ocurrió durante esas cuatro décadas acabó con la gallina de los huevos de oro.
Cuando comenzó la
extracción intensiva, a mediados del siglo XIX, en las islas guaneras peruanas vivían
unos 30 millones de aves que acumulaban depósitos de hasta 50 metros de
espesor. Hoy apenas quedan 3 millones de pájaros y la capa de guano no
llega a los 30 centímetros. Un triste ejemplo de como la codicia humana conduce muchas
veces a la ruina de la naturaleza.
José Antonio López Isarría