25 noviembre 2022

Excepción ibérica

La imagen del satélite Landsat-5 muestra una Península Ibérica perimetrada por un litoral cerrado con pocas islas de tamaño apreciable y un relieve de llanuras surcadas por ríos y compartimentadas por sistemas montañosos. Su localización en el extremo sudoeste del continente europeo proporciona un clima de transición entre el semiárido y el oceánico, con ambientes climáticos bien diferenciados, algo que no ocurre con países de igual o mayor extensión pero ubicados en otras latitudes. 

La península ibérica se puede considerar, en cierto modo, como un territorio "aislado" por mar y elevadas montañas del continente europeo. Su ubicación estratégica entre dos grandes continentes y su variado clima y topografía hacen de ella una región biogeográfica de indudable valor faunístico.

A pesar de las sucesivas culturas dominantes que transformaron su geografía y destruyeron su cubierta vegetal originaria introduciendo cultivos, desertificando paisajes y desecando humedales, todavía contamos con una rica avifauna de 351 especies, lo que nos convierte en el segundo país de Europa con mayor variedad.

Los romanos la llamaron Hispania, término alternativo al nombre Iberia preferido por los autores griegos. El significado de la palabra “Hispania” fue vinculado por los escritores latinos a “tierra de conejos”. Los registros demuestran que el conejo (Oryctolagus cuniculus) era ya entonces una especie muy abundante en todo el territorio ibérico. 

Moneda acuñada en la época del emperador Adriano en la que figura Hispania como una dama con un conejo a sus pies

En realidad, el denominando “conejo europeo” tendríamos que llamarlo “conejo ibérico” pues fue en nuestra península donde tuvo lugar su origen como especie durante el Pleistoceno Medio y donde se dieron los primeros pasos de su domesticación durante la romanización de la península. 

Tanta fue su abundancia que se convirtió en una de las especie “clave” de la fauna ibérica mediterránea. Se han citado más de 40 especies que consumen frecuente u ocasionalmente conejos como parte de su dieta. Entre ellos figuran dos de las joyas más preciadas de nuestra fauna mediterránea: el lince ibérico (Lynx pardinus) y el águila imperial (Aquila adalberti).

Águila imperial y lince ibérico capturando conejos

La “excepción ibérica” es un concepto que se ha popularizado en los últimos tiempos. Describe el mecanismo de intervención en el mercado eléctrico de España y Portugal con el fin de rebajar el precio de la energía fijando un tope al precio del gas.

En el mundo de las aves, la  excepción ibérica es una especie emblemática: el Águila Imperial. Fue descrita por primera vez para la ciencia por el ornitólogo Ludwig Brehm en el congreso de la Sociedad Germana de Ornitología celebrado en 1860. Lo denominó Aquila adalberti en honor al príncipe Adalberto de Baviera, hijo del rey Luis I. De esta forma se diferenciaba de la más conocida Águila Imperial Europea (Aquila heliaca).

Águila imperial ibérica (Aquila adalberti)

Es un auténtico endemismo ibérico (aunque no es el único, hay otros dos: un córvido y un picapinos). Su distribución geográfica mundial se limita al cuadrante suroccidental de España, en áreas de Andalucía, Extremadura, Castilla-La Mancha, Madrid y Castilla-León. El hábitat característico los constituyen áreas forestales de clima predominantemente mediterráneo, con veranos relativamente secos y calurosos e inviernos cálidos y lluviosos, ocupando típicamente encinares de llanura con escasa incidencia de asentamientos humanos y alta densidad de conejos, su principal presa.

Lamentablemente, no siempre ni en todos los sitios hay suficiente cosecha de conejos. La mixomatosis (enfermedad infecciosa de origen vírico) diezmó de forma notable la población de conejos en toda España a partir de 1957, con consecuencias catastróficas para el águila imperial. En los últimos años se ha detectado una nueva enfermedad de origen vírico (neumonía hemorrágica) que se suma a la anterior y agrava el problema de elevada mortalidad entre los conejos salvajes. Este problema reviste una especial gravedad para la población de imperiales que habita en el Parque Nacional de Doñana. 

Conejo afectado por mixomatosis

En Ecología, la relación de un depredador con su presa ha sido objeto de numerosos estudios. Aunque el acto de la depredación requiere la captura y la muerte de una una presa, a nivel poblacional se observa cierto efecto mutualista (de beneficio mutuo) entre cazadores y cazados ya que los primeros tienden a capturar de modo selectivo las presas de menor eficacia adaptativa.

Este detalle no pasó inadvertido a dos matemáticos, Alfred Lotka y Vittora Volterra, que a principios del siglo XX desarrollaron de manera independiente un sistema de ecuaciones diferenciales conocido como ecuaciones depredador-presa. Este modelo muestra que cuando aumenta la población del depredador, disminuye la población de la presa hasta que se llega a un punto en el que se invierte la tendencia. En el gráfico de abajo vemos que la población de la especie presa y la población depredador presentan un comportamiento periódico que no es simultáneo en el tiempo sino que tiene un desfase constante entre ambas especies. Este desfase (retraso) está justificado porque los efectos de la variación de la población de presas en la población depredadora empiezan a notarse tras un cierto periodo de tiempo.


Varios modelos actuales han intentado mejorar el de Lotka-Volterra, que concede excesiva importancia a la acción del depredador y no toma en consideración otros factores como los cambios genéticos, la emigración, las condiciones de estrés o la dificultad de encontrar presas cuando son escasas. En especial, se investiga cómo responden los depredadores al cambio en la densidad de sus presas, ya sea debido a incrementos en las tasas de reproducción o a eventos de inmigración/emigración.

Mediante técnicas de análisis de ADN mitocondrial sabemos que el águila imperial ibérica evolucionó a partir de una especie precursora que habitó las estepas europeas hace más de un millón de años. Las dos especies de águilas imperiales actuales, la ibérica y la europea, se separaron en una época en la que ocurrieron cambios climáticos espectaculares en la Tierra, con periodos de intenso y prolongado frío glacial separados entre sí por periodos interglaciares.

La especie precursora de las actuales imperiales debía ser también una rapaz adaptada a la caza de mamíferos terrestres de mediano-pequeño tamaño como las ardillas terrestres y los lemmings. Al avanzar la glaciación, las poblaciones se vieron obligadas a migrar hacia el sur. Unas llegaron a oriente medio y sur de Asia, y otras a España, Italia y Grecia. La fracción de población que se movió hacia oriente medio y sur de Asia no debió encontrar graves problemas para esperar el retroceso de la glaciación, pero la que llegó a países mediterráneos pronto se encontró sin presas suficientes y se extinguió, excepto en España, donde encontraron una abundante fuente de alimento: el conejo ibérico.

Cuando se suavizó el clima, toda la zona centroeuropea quedó libre de hielos y volvió el dominio del bosque caducifolio y de las ardillas arbóreas, pero las águilas de estepa meridionales no abandonaron Iberia pues sus antiguas presas, las ardillas terrestres, se encontraban a más de 4.000 km de distancia, en las llanuras occidentales de Hungría. A partir de ese momento las dos poblaciones de águilas separadas continuaron su historia evolutiva de forma separada. En el mapa inferior se muestra la distribución actual de ambas especies de águilas imperiales, adalberti y heliaca.


Por tanto, nuestra rapaz imperial, 
en sentido estricto, no se originó en Hispania sino que evolucionó a partir de un águila esteparia y sobrevivió a la glaciación gracias a la existencia de una presa de sustitución  (el conejo ibérico) que la salvó de la extinción y le proporcionó un nuevo hogar: la Península Ibérica.

Este pasado convulso pero exitoso contrasta con un futuro de gran incertidumbre. Estas rapaces precisan de hábitats con importante cobertura arbórea para reproducirse. Quien mejor puede ofrecérselo son los encinares, pero estos bosques mediterráneos han sufrido una extraordinaria regresión y sólo quedan núcleos bien conservados en algunos territorios de baja densidad demográfica y vocación ganadera o cinegética. Los extensos encinares de llanura que formaban un corredor natural en las depresiones de los ríos Tajo y Tiétar, han quedado reducidos a unos pocos enclaves aislados. Lo mismo ocurre con los encinares y alcornocales de las cuencas del Guadiana y Guadalquivir. Además, en los últimos años han aparecido nuevas amenazas como las infraestructuras y obras públicas que facilitan el acceso a las zonas de cría y ponen en riesgo el éxito reproductor de la especie.


El biólogo Miguel A. Ferrer Baena, antiguo director de la Estación Biológica de Doñana dio la voz de alarma en 2005 al denunciar que nuestra joya ibérica era una de las cuatro especies de aves de presa más amenazadas del mundo y la más escasa del continente europeo. Durante el último decenio del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX sufrió una reducción espectacular de sus efectivos, debido fundamentalmente a la persecución humana directa. Ya entonces predijo que, de no tomar medidas, la probabilidad de supervivencia de la especie era inferior al 99% en un plazo inferior a 200 años.

En los últimos años se han tomado algunas medidas encaminadas a paliar esta situación extrema. En algunos casos, como los efectos de electrocución con tendidos eléctricos y el envenenamiento, ya hay programas concretos en marcha. En Castilla-La Mancha, Andalucía, Madrid y Extremadura se han modificado tendidos eléctricos y se ha elaborado una legislación que regula la construcción de nuevos tendidos. Asimismo, se ha establecido un programa de control para el uso de venenos. En previsión de una catástrofe natural o epizootia, se ha creado una población cautiva que pueda asegurar su reintroducción y proporcione ejemplares para proyectos de recolonización o refuerzo de poblaciones. En 2014 se consiguió la cría en cautividad del primer pollo de águila imperial ibérica. La fecundación de la hembra progenitora se produjo con ayuda de técnicas de reproducción asistida gracias al trabajo de investigadores del Centro de Estudios de Rapaces Ibéricas (CERI) en Sevilleja de la Jara (Toledo).

Águila imperial electrocutada en un tendido de la provincia de Ávila. GREFA

Los esfuerzos realizados durante estos últimos años están dando sus frutos y ya hay 600 parejas reproductoras en toda la Península. A pesar de todo, hay que recordar que dos tercios de los territorios de cría y la mayoría de las zonas de dispersión juvenil están todavía en áreas no protegidas. Habría que asegurar la conservación legal de su hábitat con la incorporación de la mayor cantidad posible de estos territorios en la Red Natura 2000. Sería deseable, también, fomentar la recuperación del conejo mediante una gestión cinegética acorde a sus poblaciones y requerimientos biológicos, y un programa control de enfermedades. Todas las medidas serán bienvenidas para seguir disfrutando del ave más emblemática y amenazada de nuestra fauna ibérica.

Ilustración: R. Sánchez©2014


José Antonio López Isarría