La imagen del satélite Landsat-5 muestra una Península Ibérica perimetrada por un litoral cerrado con pocas islas de tamaño apreciable y un relieve de llanuras surcadas por ríos y compartimentadas por sistemas montañosos. Su localización en el extremo sudoeste del continente europeo proporciona un clima de transición entre el semiárido y el oceánico, con ambientes climáticos bien diferenciados, algo que no ocurre con países de igual o mayor extensión pero ubicados en otras latitudes.
La península ibérica se puede
considerar, en cierto modo, como un territorio "aislado" por mar y elevadas montañas del continente europeo. Su
ubicación estratégica entre dos grandes continentes y su variado clima y
topografía hacen de ella una región biogeográfica de indudable valor faunístico.
A pesar de las sucesivas culturas
dominantes que transformaron su geografía y destruyeron su cubierta vegetal
originaria introduciendo cultivos, desertificando paisajes y desecando
humedales, todavía contamos con una rica avifauna de 351 especies, lo que nos
convierte en el segundo país de Europa con mayor variedad.
Los romanos la llamaron Hispania, término alternativo al nombre Iberia preferido por los autores griegos. El significado de la palabra “Hispania” fue vinculado por los escritores latinos a “tierra de conejos”. Los registros demuestran que el conejo (Oryctolagus cuniculus) era ya entonces una especie muy abundante en todo el territorio ibérico.
Moneda acuñada en la época del emperador Adriano en la que figura Hispania como una dama con un conejo a sus pies |
En realidad, el denominando “conejo europeo” tendríamos que llamarlo “conejo
ibérico” pues fue en nuestra península donde tuvo lugar su origen como especie
durante el Pleistoceno Medio y donde se dieron los primeros pasos de su domesticación
durante la romanización de la península.
Tanta fue su abundancia que se
convirtió en una de las especie “clave” de la fauna ibérica mediterránea. Se
han citado más de 40 especies que consumen frecuente u ocasionalmente conejos
como parte de su dieta. Entre ellos figuran dos de las joyas más preciadas de nuestra
fauna mediterránea: el lince ibérico (Lynx
pardinus) y el águila imperial (Aquila
adalberti).
En el mundo de las aves, la excepción ibérica es una especie emblemática:
el Águila Imperial. Fue descrita por primera vez para la ciencia por el
ornitólogo Ludwig Brehm en el
congreso de la Sociedad Germana de Ornitología celebrado en 1860. Lo denominó Aquila adalberti en honor al príncipe Adalberto de Baviera, hijo del rey Luis I. De esta forma se
diferenciaba de la más conocida Águila Imperial Europea (Aquila heliaca).
Águila imperial ibérica (Aquila adalberti) |
Lamentablemente, no siempre ni en todos los sitios hay suficiente cosecha de conejos. La mixomatosis (enfermedad infecciosa de origen vírico) diezmó de forma notable la población de conejos en toda España a partir de 1957, con consecuencias catastróficas para el águila imperial. En los últimos años se ha detectado una nueva enfermedad de origen vírico (neumonía hemorrágica) que se suma a la anterior y agrava el problema de elevada mortalidad entre los conejos salvajes. Este problema reviste una especial gravedad para la población de imperiales que habita en el Parque Nacional de Doñana.
Conejo afectado por mixomatosis |
Este detalle no pasó inadvertido
a dos matemáticos, Alfred Lotka y Vittora Volterra, que a principios del
siglo XX desarrollaron de manera independiente un sistema de ecuaciones diferenciales conocido como ecuaciones
depredador-presa. Este modelo muestra que cuando aumenta la población del depredador, disminuye la población de la
presa hasta que se llega a un punto
en el que se invierte la tendencia. En el gráfico de abajo vemos que la
población de la especie presa y la población depredador presentan un comportamiento periódico que no es simultáneo en el tiempo sino que
tiene un desfase constante entre ambas especies. Este desfase (retraso) está justificado porque los efectos de la variación de
la población de presas en la población depredadora empiezan a notarse tras un
cierto periodo de tiempo.
Mediante técnicas de análisis de
ADN mitocondrial sabemos que el águila imperial ibérica evolucionó a partir de
una especie precursora que habitó las estepas europeas hace más de un millón de
años. Las dos especies de águilas imperiales actuales, la ibérica y la europea, se separaron en una época en la que ocurrieron cambios climáticos espectaculares en la Tierra, con periodos de intenso y prolongado frío glacial separados
entre sí por periodos interglaciares.
La especie precursora de las
actuales imperiales debía ser también una rapaz adaptada a la caza de mamíferos
terrestres de mediano-pequeño tamaño como las ardillas terrestres y los lemmings. Al avanzar la
glaciación, las poblaciones se vieron obligadas a migrar hacia el sur. Unas
llegaron a oriente medio y sur de Asia, y otras a España, Italia y Grecia. La
fracción de población que se movió hacia oriente medio y sur de Asia no debió
encontrar graves problemas para esperar el retroceso de la glaciación, pero la
que llegó a países mediterráneos pronto se encontró sin presas suficientes y se
extinguió, excepto en España, donde encontraron una abundante fuente de
alimento: el conejo ibérico.
Cuando se suavizó el clima, toda la zona centroeuropea quedó libre de hielos y volvió el dominio del bosque caducifolio y de las ardillas arbóreas, pero las águilas de estepa meridionales no abandonaron Iberia pues sus antiguas presas, las ardillas terrestres, se encontraban a más de 4.000 km de distancia, en las llanuras occidentales de Hungría. A partir de ese momento las dos poblaciones de águilas separadas continuaron su historia evolutiva de forma separada. En el mapa inferior se muestra la distribución actual de ambas especies de águilas imperiales, adalberti y heliaca.
Por tanto, nuestra rapaz imperial, en sentido estricto, no se originó en Hispania sino que evolucionó a partir de un águila esteparia y sobrevivió a la glaciación gracias a la existencia de una presa de sustitución (el conejo ibérico) que la salvó de la extinción y le proporcionó un nuevo hogar: la Península Ibérica.
Este pasado convulso pero exitoso
contrasta con un futuro de gran incertidumbre. Estas rapaces precisan de
hábitats con importante cobertura arbórea para reproducirse. Quien mejor puede
ofrecérselo son los encinares, pero estos bosques mediterráneos han sufrido una
extraordinaria regresión y sólo quedan núcleos bien conservados en algunos
territorios de baja densidad demográfica y vocación ganadera o cinegética. Los extensos
encinares de llanura que formaban un corredor natural en las depresiones de los
ríos Tajo y Tiétar, han quedado reducidos a unos pocos enclaves aislados. Lo
mismo ocurre con los encinares y alcornocales de las cuencas del Guadiana y
Guadalquivir. Además, en los últimos años han aparecido nuevas amenazas como
las infraestructuras y obras públicas que facilitan el acceso a las zonas de
cría y ponen en riesgo el éxito reproductor de la especie.
En los últimos años se han tomado
algunas medidas encaminadas a paliar esta situación extrema. En algunos casos,
como los efectos de electrocución con tendidos eléctricos y el envenenamiento,
ya hay programas concretos en marcha. En Castilla-La Mancha, Andalucía, Madrid
y Extremadura se han modificado tendidos eléctricos y se ha elaborado una
legislación que regula la construcción de nuevos tendidos. Asimismo, se ha
establecido un programa de control para el uso de venenos. En previsión de una
catástrofe natural o epizootia, se ha creado una población cautiva que pueda
asegurar su reintroducción y proporcione ejemplares para proyectos de
recolonización o refuerzo de poblaciones. En 2014 se consiguió la cría en
cautividad del primer pollo de águila imperial ibérica. La fecundación de la
hembra progenitora se produjo con ayuda de técnicas de reproducción asistida gracias
al trabajo de investigadores del Centro de Estudios de Rapaces Ibéricas (CERI) en
Sevilleja de la Jara (Toledo).
Águila imperial electrocutada en un tendido de la provincia de Ávila. GREFA |