21 julio 2021

Cada mochuelo a su olivo

El título alude a uno de los refranes más conocidos en España. Lo usamos para indicar que, una vez desbandado el grupo, cada uno debemos volver a nuestras casas y ocuparnos de nuestros asuntos. Esta pequeña rapaz nocturna ilustra el tema de este artículo en el que hablaremos de aves y olivares.

El olivo (Olea domestica) es la forma doméstica del acebuche (Olea europea sylvestris), un árbol característico del bosque mediterráneo que acompaña a las encinas, los alcornoques y los quejigos. Los acebuches son los arboles más longevos del entorno mediterráneo. En nuestro país todavía quedan muestras de acebuchares en el sur de Andalucía, especialmente en zonas abrigadas de Cádiz. Estos olivos silvestres entraron en regresión por su querencia a ocupar suelos profundos, fértiles y llanos, es decir, los más aptos para la agricultura.

El olivo monumental de Ulldecona (Tarragona) es el árbol fechado más antiguo de la Península. Tiene una edad estimada de más de 1.700 años.

En el mejor de los casos, los dominios del acebuche han sido sustituidos por olivares cultivados. Éstos, como el resto de medios agrícolas extensivos, se consideran agroecosistemas pues presentan una estructura muy simplificada (con un número reducido de especies) y dependen de la acción humana para su mantenimiento. No obstante, a pesar de la monotonía y simplicidad de estas plantaciones, no todas tienen el mismo valor para la avifauna pues varían según la edad de los olivos, su densidad y las técnicas agrícolas empleadas.


Los olivos tienen dos características muy atractivas para las aves: sus troncos tienden a ahuecarse a medida que el árbol envejece, y sus frutos son un alimento de extraordinario valor energético. Este doble rol de refugio y alimento los convierte en un ecosistema que alberga una interesante avifauna tanto reproductora como invernante.

En general puede afirmarse que las aves que usan el olivar como refugio son en su mayoría sedentarias o migrantes que invernan en África meridional. Por el contrario, las que lo usan como cuartel de invernada, crían en el centro y norte de Europa.

La edad de los árboles y la distancia entre ellos determinan, en gran medida, las especies que nidifican en estos monocultivos. En olivares jóvenes (con árboles de talla inferior a 1 metro) predominan las aves que sitúan sus nidos en el suelo, como la perdiz (Alectoris rufa), el alcaraván (Burhinus oedicnemus), el triguero (Emberiza calandra), la collalba rubia (Oenanthe hispanica) o la curruca tomillera (Sylvia conspicillata).

Alcaraván (izquierda) y collalba rubia (derecha)

A medida que el olivar va envejeciendo, se incrementa la presencia de especies que anidan en árbol, como el verdecillo (Serinus serinus), el verderón (Chloris chloris), el jilguero  (Carduelis carduelis), el pinzón vulgar (Fringilla coelebs), el carbonero común (Parus major) y la abubilla (Upupa epops). En este grupo, los cuatros primeros (fringílidos) se alimentan de las semillas que producen las hierbas que cubren el suelo del olivar, injustamente llamadas “malas hierbas”.

Carbonero común (izquierda) y pinzón vulgar (derecha)

En este ecosistema seminatural, la escasez de insectos sumado a la ausencia de arbustos acompañantes y la casi nula diversidad de frutos resulta insalvable para otras especies como los mirlos y ciertos córvidos, incapaces de ocupar el cultivo.

Por otra parte, los olivares proporcionan un hábitat muy aprovechable para la avifauna durante el otoño e invierno gracias a la copiosa producción de aceitunas. Muchas aves insectívoras cambian la dieta a frugívora en estas estaciones post-veraniegas. Estos frutos son ricos en grasas y sostienen la dieta de millones de aves invernantes. Entre las aves que buscan refugio aquí hay que destacar a los mosquiteros (Phylloscopus collybita), los zorzales (Turdus philomelos), las currucas capirotadas (Silvia atricapilla) y los petirrojos (Erithacus rubecula). En olivares más labrados y abiertos aparecen otras aves como la cogujada montesina (Galerida cristata) y el bisbita común (Anthus pratensis).


Curruca capirotada (Izquierda) y mosquitero común

España es el país con mayor superficie de olivar del mundo. Cerca de 2,5 millones de hectáreas están dedicadas a este cultivo, aproximadamente una cuarta parte de la superficie total mundial. Sólo en Andalucía hay cerca de millón y medio de hectáreas de olivar. En nuestro país ha tenido una expansión ininterrumpida hasta los años sesenta del siglo pasado, en los que se llegó a ocupar el 10% del total de la superficie labrada. Parece que su cultivo fue introducido por los fenicios (hacia el año 1050 a. C.) y se expandió durante la dominación romana hasta cobrar un auge sin precedentes en el siglo XIX.

El olivar tradicional era un auténtico cultivo biológico, en el sentido actual del término, pues había una relación estrecha entre el ganado de labor que aportaba fuerza de trabajo y abonaba el terreno con su estiércol. Los olivares tenían un prado de leguminosas bajo el dosel de los árboles que cumplía la doble función de forraje para el ganado y abono de nitrógeno para el suelo. El estercolado, además, aumentaba la temperatura del suelo y, junto a las labores tradicionales de poda y saneado, defendía al cultivo de parásitos.


A finales de los años 60 y principios de los 70 del siglo pasado se produjo una rápida mecanización de la agricultura en España. La modernización del olivar provocó la sustitución de la tracción animal por la mecánica. Esta indudable mejora en las condiciones de trabajo de los agricultores dio al traste con la principal fuente de fertilización del suelo e impuso una nueva dependencia de medios químicos en la lucha contra los parásitos. Se rompió, de esta forma, la antigua estabilidad del sistema tradicional del olivar.

Por otra parte, los costes de recolección aumentaron sin que lo hiciera simultáneamente su rentabilidad. De forma continua e inexorable, se abandonaron fincas y se descuidaron los tratamientos de abonado biológico y poda. El resultado fue la rápida degradación de las plantaciones. Solo en los 4 años que van desde 1967 a 1971 el olivar se redujo a un ritmo de 30.000 hectáreas cada año.

En 2019 se publicó un informe en el que se advertía que más del 20% del olivar en España se encontraba en riesgo de abandono. Según dicho estudio, unas 130.000 hectáreas de olivar tradicional no mecanizable se encuentran ya en proceso de abandono, y más de 500 mil hectáreas repartidas en Andalucía, Castilla-La Mancha, Comunidad Valenciana, Cataluña y Aragón podrían desaparecer en la próxima década. Muchos de estos olivares son variedades autóctonas bien adaptadas a sus suelos y con propiedades exclusivas, por lo que su desaparición implicaría la pérdida gradual de aceites singulares. 


Este tipo de olivar tradicional aporta indudables beneficios ambientales como la absorción de CO2 (1 millón de toneladas/día), la reducción del riesgo de erosión del suelo y desertización, la protección de un valioso ecosistema y el mantenimiento del empleo. Respecto a este último punto, la desaparición del olivar tradicional supondría un enorme impacto socioeconómico pues se estima que da sustento y trabajo a más de un millón de personas en España.

Pero no todo son malas noticias. Desde 2015 se lleva a cabo un proyecto que ha ensayado un nuevo modelo de olivicultura para recuperar flora y fauna en olivares andaluces. Tras años de intenso trabajo de investigación, el proyecto ha constatado que el olivar tiene una extraordinaria capacidad para recuperar biodiversidad a partir de sencillas y económicas medidas de restauración cuya eficacia ha sido demostrada.

En la muestra estudiada de olivares andaluces se censaron 165 especies de aves, con más de 100 géneros representados, cerca de 500 especies de plantas herbáceas y más de 140 especies de flora leñosa. Los resultados preliminares, a falta del análisis de otros factores, indicaron que la ausencia de cubierta herbácea ha tenido un claro impacto negativo en la salud ecológica de los olivares, mientras que su mantenimiento ha impulsado la biodiversidad de aves a diversas escalas territoriales.

Los científicos elaboraron fichas con 300.000 especímenes de flora y fauna en 40 olivares del sur de España durante cinco años. El minucioso estudio determinó que, a pesar de que en las últimas décadas los olivares se han dejado en el camino parte de su diversidad biológica, aún suponen un importante refugio para muchas especies y, lo que es más importante, hay cierto nivel de recolonización si se les ofrecen condiciones aceptables de habitabilidad. Las abejas silvestres aumentaron un 47%, las aves un 10%, las plantas herbáceas un 15% y las leñosas un espectacular 172%.


Los responsables del programa han hecho un llamamiento a Europa para que la nueva Política Agraria Común (PAC) aborde los efectos adversos para la conservación que la rápida expansión del olivar, agresiva y poco sostenible, provoca en zonas con gran valor ecológico de algunas regiones de España y Portugal. Un crecimiento que se produce a costa de cultivos de cereal de secano en el sur de España y en zonas de dehesa en Portugal, lo que conlleva la desaparición de un paisaje en mosaico de indudable valor para multitud de especies, sobre todo aves esteparias.

Sería deseable inventariar estas zonas de vegetación natural inmersas en la matriz de olivar, reconocer su valor ambiental e incentivar su rentabilidad con ayudas de la PAC, evitando así su transformación en cultivos leñosos con la consecuente pérdida de biodiversidad de la avifauna asociada.

José Antonio López Isarría