13 mayo 2021

Carroñeros

Se debate entre los antropólogos si los humanos primitivos eran cazadores activos o carroñeros que aprovechaban los cadáveres de animales abatidos por grandes depredadores. Aun en el caso de que la práctica carroñera fuera ocasional, es muy posible que ya entonces nuestros antepasados aprendieran a descifrar los movimientos de los buitres para localizar restos ocultos en el paisaje.

La península Ibérica alberga un importante contingente de aves carroñeras, sin duda el más importante de toda la Unión Europea. Aquí se reproduce el 98% de la población europea de buitre negro (Aegypius monachus), el 94% de buitre leonado (Gyps fulvus), el 82% de alimoche (Neophron percnopterus) y el 66% de la población europea de quebrantahuesos (Gypaetus barbatus). Pero el gremio de aves carroñeras no solo está formado por estos cuatro tipos de buitres. En el dibujo inferior se muestran las principales especies que consumen este tipo de alimento de forma más o menos regular.

Tomado de http://www.colectivoazalvaro.com/muladares/

Las carroñas son un tipo de recurso que en condiciones naturales aparece de manera impredecible en cualquier momento y en cualquier lugar. Son explotadas por organismos especializados que incluyen desde las modestas bacterias hasta los grandes mamíferos carnívoros como las hienas. En el caso de las aves, las especies carroñeras han evolucionado en un contexto de explotación de grandes manadas de ungulados salvajes. Debido a la vida nómada de los ungulados, la localización de sus cadáveres resulta poco predecible y su explotación requiere ciertas adaptaciones morfológicas y de comportamiento. En el caso concreto de los buitres, sus hábitos sociales mejoran la eficacia en la búsqueda del recurso prospectando grandes áreas con poco gasto energético. Una vez localizado el cadáver, son muy diestros en despiezarlo y consumirlo de forma rápida y completa.

Buitre negro (izquierda) y buitre leonado (derecha)

Estas aves tienen reservas de grasa que les permite ayunar largos períodos de tiempo. Se alimentan habitualmente cada dos días y medio, quizá porque ingieren en una sola sesión mucha más energía que la necesaria para un único día (hasta 1,5 kg de carne en el caso de los buitres leonados). De otra parte, el vuelo de planeo de estas especies en labores de prospección es un mecanismo muy eficiente desde un punto de vista energético. Los buitres, como la mayoría de las aves planeadoras terrestres, tienen un consumo energético en vuelo batido del orden de 7 veces el metabolismo basal, pero reducen el coste energético a la cuarta parte cuando planean. De tal forma evitan el batido de alas que de todo el tiempo que permanecen en el aire durante una jornada completa, más del 95% lo invierten en planear.

Quebrantahuesos (izquierda) y alimoche (derecha)

Los buitres suelen elevarse entre los 500 y los 2.000 metros por encima del suelo para localizar fuentes de comida. Aprovechan para su ascenso las corrientes térmicas, que en el caso de España son más frecuentes en los meses cálidos y en las horas centrales del día.  Estas corrientes son masas de aire caliente que asciende desde la superficie del suelo calentado por la acción de los rayos solares. En días de intenso calor y fuerte sol, el suelo calienta la capa de aire que está en contacto con él y acaba formando una burbuja caliente que, al tener menos densidad que el aire frío circundante, acaba desprendiéndose y ganando altura. Los buitres se “suspenden” en estas corrientes ascendentes con sus alas extendidas y, en planeos de trayectoria espiral, alcanzan velocidades de hasta 70 km/h. Una vez que han logrado alcanzar la cima de la corriente planean en busca de la siguiente térmica.

El desarrollo de la ganadería ha provocado la sustitución de la fauna de ungulados salvajes por el ganado doméstico en régimen extensivo. El rango de nomadeo de estos ungulados es menor y existen puntos de concentración (apriscos, corrales) donde se producen buena parte de las muertes. Aparecen entonces fuentes de alimento predecible para las aves carroñeras. Paralelamente, otra clase de ganado (mulas, asnos, cerdos), se concentra en núcleos de población humana y sus cadáveres se vierten en zonas concretas cerca de los pueblos, los llamados “muladares”.

Grupo de ovejas pastando en una dehesa

Desde finales de los años 60 del pasado siglo, la mecanización agrícola y el abandono parcial de la ganadería extensiva hizo que numerosos muladares desaparecieran o fueran sustituidos por fosas de enterramiento. Se habilitaron entonces los primeros comederos para buitres como respuesta a la presión de las organizaciones ecologistas y ornitológicas. Desde entonces el número de éstos no ha parado de crecer. Estos comederos son lugares vallados y controlados donde se suministra con regularidad restos de mataderos. Están situados en lugares de difícil acceso y tienen que cumplir estrictas normas sanitarias. Paralelamente, la cultura consumista propia de nuestra civilización ha ido incrementando la producción de residuos, muchos de ellos orgánicos. El vertido de estos residuos en basureros ha facilitado su aprovechamiento por otros carroñeros oportunistas de pequeño y mediano tamaño. Numerosas especies de aves de distintas familias (Ardeidas, Cigüeñas, Gaviotas y Córvidos) cubren una importante fracción de sus necesidades tróficas gracias al alimento obtenido en basureros.

Desde las investigaciones que realizó el biólogo andaluz Fernando Hiraldo hace 30 años en el Parque Nacional de Doñana, sabemos que la presencia de una especie en el cadáver viene determinada fundamentalmente por su abundancia relativa en la zona, por la posibilidad de extraer alimento del cadáver y, sobre todo, por la presencia de especies dominantes. Dado que la jerarquía sigue el criterio del tamaño, la presencia de una especie de gran talla inhibe el acercamiento de las menores. Esto explicaría por qué las especies potencialmente carroñeras pero de pequeña talla, como milanos, gaviotas y córvidos, aparezcan con relativa poca frecuencia en aquellos lugares a los que los buitres acuden con regularidad (muladares) y se presenten, sin embargo, en mucho mayor número en puntos donde los grandes carroñeros no están debido a la escasa rentabilidad que el alimento tiene para ellos (basureros).

No obstante, en el gremio de las aves carroñeras se percibe cierta organización en el aprovechamiento del cadáver. Los primeros en llegar suelen ser los córvidos, que consumen las partes blandas, más asequibles a sus débiles picos. En muchas ocasiones, el revuelo que originan en torno a los restos hace que sus plumajes provoquen destellos que avisan a los buitres, que prospectan desde el cielo amplias extensiones de terreno. Los buitres leonados dotados de largos cuellos desplumados, introducen sus cabezas en el interior de los cadáveres para extraer las vísceras y trozos de carne más blanda, mientras que los buitres negros se centran en las partes más duras y coriáceas. Los alimoches, más pequeños y débiles que los buitres, acceden a los pequeños despojos que dejan los buitres. Finalmente, cuando solo queda el esqueleto, los quebrantahuesos terminan el despiece de la presa haciéndose cargo de los huesos.

El abandono del medio rural, provocado por el despoblamiento y la pérdida de valor de los productos agrarios y forestales, ha producido una alteración significativa en el tamaño de la cabaña ganadera. El ganado extensivo en España  alcanzó su máximo en la década de 1940. A partir de entonces hemos asistido a un descenso acusado de las reses en régimen extensivo de forma simultánea a un aumento de la ganadería estabulada de porcino y vacuno.

Un buitre leonado y un quebrantahuesos pugnan por un pedazo de hueso y carne en un muladar monitorizado del Parc Natural de l´Alt Pirineu (Lleida). (Foto: Jordi Bas). Tomado de la revista Quercus

A este fenómeno hay que añadir la aparición de algunas enfermedades transmisibles en distintas cabañas ganaderas (principalmente las encefalopatías conocidas como el "mal de las vacas locas") que ha provocado el desarrollo de una estricta legislación sanitaria enfocada a evitar contagios entre el propio ganado y para los seres humanos. El cumplimiento de esta legislación sanitaria ha traído consigo restricciones en el depósito de cadáveres de reses en el campo con la consiguiente reducción de una parte importante del alimento disponible para estas aves. Esta situación ha sido advertida desde varios sectores sociales  (administración, entidades conservacionistas, ganaderos o investigadores), y se trabaja para paliar un problema que podría provocar el declive en las poblaciones de especies de rapaces carroñeras.

Pero no todo son malas noticias. En un estudio realizado en la Sierra de Cazorla (Jaén) se analizaron más de 120.000 localizaciones por GPS de 30 buitres adultos marcados. Se examinaron los cambios de uso del suelo que se habían experimentado desde 1956 en las zonas que los buitres utilizan para buscar alimento con el objetivo de caracterizar su hábitat y estudiar sus movimientos. Ya sabemos que la estrategia de alimentación del buitre leonado se ha visto modificada debido a las actividades humanas, de forma que estas aves, inicialmente dependientes de los restos de animales salvajes, se hicieron cada vez más dependientes de la ganadería. Sin embargo, el proceso de humanización del paisaje se ha revertido. El progresivo abandono de tierras y la disminución del ganado extensivo (sobre todo de ovejas y cabras) ha conducido a la regeneración pasiva y la sucesión natural de grandes áreas anteriormente ocupadas por cultivos y pastos. Estas zonas están siendo invadidas por matorral mediterráneo, mientras que otras ya ocupadas por matorrales en el pasado se han convertido en bosques maduros. De forma simultánea, estos procesos han ido acompañados de la recolonización de la fauna de ungulados silvestres. 

Los resultados del estudio concluyeron que las áreas que se estaban renaturalizando, que recuperaban la vegetación originaria mediterránea, resultaban muy atractivas para los buitres, probablemente porque la disponibilidad de cadáveres de ungulados salvajes, como el ciervo y el jabalí, es mayor que en otras zonas. Esto proporciona una visión más amplia del papel de las grandes aves carroñeras en el escenario cambiante de los ecosistemas mediterráneos y desafía la creencia tradicional de que los buitres europeos dependen casi por completo de las actividades de pastoreo en paisajes humanizados, con poca contribución de ungulados silvestres.

Cuando un animal muere en la naturaleza por enfermedad, por vejez o por depredación, su cadáver permanece en el campo y se convierte en un foco transmisor de enfermedades. Las aves carroñeras están perfectamente dotadas para procesar este tipo de alimentos. De no existir este importante servicio al ecosistema, todo este elaborado proceso natural de limpieza habría que dejarlo en manos de otros necrófagos (gusanos e insectos) y de los descomponedores (bacterias y hongos), muy eficaces en su tarea pero muy lentos en el desempeño.

José Antonio López Isarría