Las palabras que imitan el sonido de aquello que designan se llaman onomatopeyas y son muy usadas en ornitología para poner nombre a las aves. Así ocurre con la voz, el grito o el canto en los cucos, las carracas o las abubillas. También entran en juego otros criterios como el comportamiento (picapinos) o los hábitos de alimentación (abejaruco). En otros casos nos fijamos en el color (verdecillo), el diseño (petirrojo) o ciertas singularidades del cuerpo (piquituerto).
Abubilla (Upupa epops) |
Todos estos nombres populares de aves son diferentes según el idioma o dialecto. Francisco Bernis, pionero de la ornitología en España, decía que tan interesante es la biología de las aves y sus pautas de conducta como el fenómeno antropológico que producen en el lenguaje y conocimiento humano. Él fue el primero que propuso un listado de nombres vulgares de aves aprovechando vernáculos populares ya existentes o acuñando otros nuevos. Con el tiempo, esta primera lista se fue ampliando y actualizando hasta configurar el actual listado de nombres comunes, un sistema paralelo al de los nombres científicos regulados por el Código Internacional de Nomenclatura Zoológica.
Fotografía de Ernst Mayr en su expedición a Nueva Guinea. 1928 |
Mayr se asombró del conocimiento preciso de la avifauna local que poseían estos nativos. Disponían de 136 nombres vernáculos distintos para designar las 137 especies de aves de la región. No podemos pensar que sea una mera coincidencia que estas personas primitivas lleguen a la misma conclusión que los taxonomistas del Museo de Historia Natural de Londres. Más bien, este hecho indica que ambos grupos de observadores reconocen las mismas discontinuidades, objetivas y no arbitrarias, de la naturaleza.
Y es que las primeras clasificaciones
de aves se hicieron considerando sobre todo la morfología externa, fácilmente apreciable
en ejemplares disecados de los museos europeos del siglo XVIII. Como esos
caracteres también llamaban de inmediato la atención de todo el mundo, independientemente
de su mayor o menor afinidad por las ciencias naturales, contribuyeron a
generar la mayoría de nombres vernáculos, es decir, los nombres comunes o
vulgares que utilizamos para designar las aves de nuestro pueblo, ciudad o país.
Curiosamente, entre esos caracteres figuran las plumas ornamentales y ciertas
localizaciones de color y diseño (rabadilla, garganta, pecho, dorso de alas) que poseen función epigámica, es decir, que hacen "atractivo" a un individuo, en
las que fijan la atención las propias aves cuando se miran unas a otras.
Las aves, como el resto de los
seres vivos descritos y catalogados por los biólogos, tienen un nombre
científico compuesto de dos términos. El primero corresponde al Género y
el segundo a la Especie. Esta nomenclatura fue ideada por
el gran naturalista sueco del siglo XVIII Carl Linnaeus, que puso
nombre a las 4.200 especies de animales y 7.700 especies de plantas conocidas
en la época, una vasta tarea que sólo fue posible gracias a su trabajo
incesante y a su enorme talla intelectual.
Grupo de gorriones (Passer domesticus) |
El naturalista Carlos de Hita nos recuerda que, con
toda probabilidad, lakalaka fue la primera alusión al paisaje sonoro de la historia. Apareció escrita
en una tablilla de barro de época sumeria, de hace cuatro mil años y se refiere a las cigüeñas que habitaban ya entonces en edificios urbanos.
El nombre es una transcripción del crotoreo, típico castañeteo que hacen estas aves con el
pico en la ceremonia de salutación del nido.
En nuestro idioma decimos que los cisnes voznan, las golondrinas trisan, los cuervos crascitan, las perdices ajean, las grullas gruyen, los búhos ululan, los pavos gluglutean y las cigüeñas crotoran. Pero no debemos confundir el sustantivo de la voz del ave con la onomatopeya del canto. Por ejemplo, solo en español los patos hacen 'cuac', porque en francés suenan 'coin', en japonés 'ga' y en ruso 'krya'.
Totovía (Lullula arborea) |
Hay nombres de pájaros que creemos onomatopéyicos pero podrían responder a otro origen. El mejor ejemplo es el de la abubilla (Upupa epops). El nombre castellano deriva del latín upupella, diminutivo de upupa, nombre latino científico del género. Aunque la voz recuerda al canto típico y trisilábico¡¡¡pu-pu-pu!!! no cuadra bien con los otros sentidos del vocablo upupa ya que desde muy antiguo significó "pico". Y debemos admitir que el pico largo y curvado hacia abajo es uno de sus rasgos más llamativos. El canto es realizado sólo por los machos en periodo de cortejo. Se escucha sobre todo a lo largo de la mañana, con máxima actividad entre una y tres horas después del amanecer. Consta de una larga serie de estrofas en las que se repite un mismo elemento de sonido “pu” varias veces, lo más habitual 3 (“pu-pu-pu”). Las sílabas producidas a lo largo de un canto son similares en tono, volumen y duración, aunque a veces la última sílaba de una estrofa puede ser algo más larga.
Cuando cantan, inclinan hacia abajo la cabeza en cada estrofa emitida, lo que podría servir para aumentar el volumen de aire retenido en la garganta, que actúa como caja de resonancia. Las estrofas largas van precedidas de pausas también más largas y en cada sílaba emitida el ave entera vibra como si necesitara que todos los músculos del cuerpo tuvieran que impulsar el aire para conseguir la producción del sonido, dando la sensación de ser una actividad muy costosa. De hecho se ha comprobado que la longitud de estrofa media de los cantos de los machos se correlaciona con su condición física.
Terminamos este artículo con un vídeo de Carlos de Hita que recoge los sonidos de algunas de las aves que han sido tratadas aquí. Este viajero incansable que se autodefine como “técnico de sonido de la naturaleza”, ha participado en casi dos centenares de documentales entre los que destacan “Cantábrico, las montañas del oso pardo” y “Guadalquivir”. Tiene un estupendo blog titulado “El sonido de la naturaleza” que todo amante de la naturaleza debería conocer.
José Antonio López
Isarría