Según un estudio publicado el pasado
mes de junio en la revista Frontiers in Ecology and Environment, en las carreteras europeas mueren atropelladas 194 millones de
aves y 29 millones de mamíferos. La densidad de carreteras en Europa se
encuentra entre las más altas del mundo, con la mitad del continente a menos de
1,5 km de una vía de transporte.
Esta circunstancia se fue
modificando durante el siglo xx mediante la construcción de varios ejes
transversales, creando una red más mallada. Si a esto le sumamos la progresiva
red de carreteras regionales y provinciales que se han construido en los últimos
cincuenta años, se configura una gigantesca
tela de araña viaria que ha fragmentado el medio natural de una forma ya
irreversible.
Mapa de calor de las áreas mundiales que tienen una mayor conectividad por carretera. Gradiente desde máximo desarrollo (color naranja) a mínimo (color azul). Tomado de Sciencemag.org |
El desarrollo de este tipo
de infraestructuras supone un significativo riesgo sobre las faunas locales que
no sólo trae muertes por atropellamiento de animales sino la disminución de
especies por el creciente deterioro de sus ecosistemas. Las carreteras generan
un efecto barrera que limita el movimiento de la fauna, reduce la conectividad ecológica y aumenta la fragmentación de los hábitats.
La fragmentación del hábitat
ocurre cuando un espacio grande y continuo se subdivide en dos o
más partes. Este fenómeno está casi siempre asociado a la tala de bosques para
su conversión en otros usos del suelo, pero también ocurre cuando el área es
atravesada por una carretera, canal, línea férrea u otra obra de
infraestructura que la divida. Está bien documentado por múltiples
investigaciones que cuando ocurren perturbaciones de esta clase en áreas
naturales, se registran cambios significativos en la intensidad de luz, la humedad
y la temperatura que alteran el funcionamiento del ecosistema. Estos cambios físicos, a su vez, provocan alteraciones biológicas que afectan al
hábitat de la fauna, lo cual incentiva su movilidad y el consiguiente riesgo de
depredación o de proliferación de especies invasoras.
El efecto barrera que provoca una carretera en un ecosistema limita la movilidad de las especies entre los puntos situados a ambos lado de la vía y obliga a los animales a recorrer nuevos caminos o realizar trayectos más largos para acceder a los recursos que precisan. Además del evidente riesgo de atropello, incluso en animales voladores como las aves, quedan afectadas la reproducción de las especies y la propia dinámica de las cadenas alimenticias. A esto hay que añadir el impacto provocado por el ruido del tráfico, la contaminación lumínica de los vehículos durante la noche y la acumulación de residuos sólidos en los márgenes de las carreteras.
Como consecuencia de la división de espacios en los hábitats naturales, surgen con el tiempo “metapoblaciones”, subgrupos que resultan de la división de una población grande y continua en conjuntos pequeños y parcialmente aislados. Estas metapoblaciones pueden constar de una población "núcleo" con abundancia relativamente estable y varias poblaciones "satélites" con abundancia fluctuante. De hecho, algunas poblaciones (receptoras) se mantienen no solo por la reproducción de sus habitantes sino por la inmigración de individuos de otras poblaciones (donantes). La destrucción del hábitat de una población núcleo (donante) puede provocar la extinción de varias poblaciones satélites (receptoras) pequeñas.
Cartel promocional de Life Adaptamed sobre Doñana |
Las perturbaciones humanas como cercas, carreteras o presas reducen los movimientos entre hábitats disminuyendo la probabilidad de recolonización después de una extinción local. Con la fragmentación inhibimos el intercambio de individuos haciendo a cada subpoblación más vulnerable a la extinción por problemas genéticos, demográficos o ambientales.
Aquí se abre un dilema de difícil solución. Si hacemos que las carreteras sean más permeables, es decir, que los animales puedan atravesarlas, reducimos la amenaza demográfica pero asumiendo un mayor riesgo de atropellos. Por el contrario, si incrementamos el efecto barrera de las vías reducimos la mortalidad, pero agravamos el problema de las metapoblaciones pequeñas. Cualquiera de las dos opciones conlleva un efecto perverso.
Además de la división que
supone la construcción de una carretera, los ecólogos han detectado un segundo
efecto que han definido como efecto de
borde. Se presenta cuando la fragmentación de un ecosistema cambia las
condiciones bióticas y abióticas de los fragmentos y de la matriz circundante. En
el caso de carreteras este efecto se presentará en las inmediaciones o borde de
la vía, donde se crearán condiciones de mayor temperatura, menor humedad,
mayor radiación y mayor exposición al viento.
Como consecuencia del efecto de borde se modifica la
distribución y abundancia de las especies, alterando la estructura de la
vegetación y la oferta de alimento para la fauna. Estos cambios afectan sobre
todo a las especies del interior del ecosistema fragmentado, ya que pueden ser
desplazadas por las especies de espacios abiertos que encuentran en el nuevo
hábitat condiciones más favorables para su supervivencia. Estas especies tienen
mejor capacidad de dispersión, son capaces de invadir y colonizar hábitats
alterados y pueden penetrar al interior. Muchas de ellas son depredadoras de
huevos o de pollos, o parásitos de nidos, lo que influye negativamente en el éxito
reproductivo de las especies de interior.
Buitre atropellado en el arcén de una carretera |
Pero no cabe duda que el atropellamiento de fauna es el impacto directo más fácil de reconocer en comparación con otros como la fragmentación, el deterioro del ecosistema y los cambios en el comportamiento de los animales.
Numerosas investigaciones se
han realizado a este respecto, sobre todo en los Estados Unidos, en algunos
países europeos y en Australia. Estos estudios revelan cifras preocupantes de
animales atropellados y la amenaza que esto representa para algunas especies en
el futuro. En los Estados Unidos, el Centro
de Investigación para la Vida Silvestre ha calculado que diariamente es
atropellado un millón de animales en todas las autopistas del país. En nuestro
país, se estima que mueren atropellados al menos 10 millones de animales cada
año.
Grupo de gansos dispuestos a cruzar |
El índice de colisiones y su
frecuencia están relacionados con diversos factores, tales como la densidad de
tráfico, la velocidad de los vehículos, la anchura de la vía o la cobertura
vegetal de los márgenes. Además, ciertos patrones relativos al comportamiento
de los animales pueden influir, como ocurre durante las épocas de migración o
reproducción.
Aunque cueste creerlo, las
carreteras pueden resultar atractivas para ciertos animales (y sus
depredadores). Los reptiles, como las culebras o los lagartos, al ser
ectotérmicos (de sangre fría) precisan regular su temperatura corporal
mediante la absorción de calor del medio, incluso el desprendido por el
pavimento. Ciertas aves toman pequeños granos
de arena del borde de la vía para ayudar a la digestión de las semillas,
incluso se han citado ingestas de granos de la sal vertida para descongelar las calzadas en invierno (piquituertos).
Pareja de piquituertos (Loxia curvirostra). Tomado de https://www.elclickverde.com |
También se ven amenazadas las aves carroñeras como buitres y los cuervos, que frecuentan las calzadas para comer los cadáveres que yacen sobre ellas.
Papamoscas cerrojillo |
Con respecto a la distancia
a la vía, un estudio elaborado por el biólogo finlandés Markku Kuitunen mostró que el número de crías emplumadas por puesta
de papamoscas cerrojillos (Ficedula
hypoleuca) disminuía con la cercanía a la carretera, probablemente por el
riesgo que asumían los padres de morir atropellados en la búsqueda de alimento (invertebrados
muertos en la calzada).
El ruido generado por el tráfico de vehículos es otro de los factores que mayor impacto ecológico causa a la fauna, ya que produce varios efectos como la reducción de áreas de campeo o la merma en el éxito reproductivo. Las aves canoras parecen ser sensibles incluso a niveles muy bajos (entre los 42-48 dB). Hay estudios que sugieren que los machos de mosquitero musical (Phylloscopus trochilus) que vivían en las proximidades de vías rápidas experimentaron dificultades para atraer y mantener a su pareja por distorsiones en el canto atribuidas al tráfico.
Mosquitero musical |
Se han propuesto numerosas medidas para paliar los efectos negativos que traen estas obras lineales que alteran los hábitats de las aves. Algunas son estructurales (cercados, señalizaciones, reflectores de luz, barreras sonoras, pasos subterráneos). Otras no precisan una obra de infraestructura para su implementación sino que propician cambios en el comportamiento de los animales con el fin de evitar que mueran atropelladas, por ejemplo el uso de repelentes olfativos o ultrasonidos que los alejen de la vía. Una interesante actuación, aplicada en varios países europeos, consiste en podar con regularidad la vegetación que se encuentra en los márgenes de la carretera con el fin de mejorar la visibilidad de los conductores y evitar colisiones.
Pingüino magallánico (Spheniscus magellanicus) |
En suma, las infraestructuras de transporte, tan valiosas en nuestras sociedades, fragmentan los paisajes y desencadenan sucesivas etapas de colonización humana, con la consiguiente degradación de los ecosistemas. Su impacto se extiende más allá de sus límites inmediatos. Generan perturbación por ruido, provocan cambios en el flujo génico de las poblaciones y facilitan invasiones biológicas. Además, las carreteras favorecen una especie de "desarrollo por contagio" ya que facilitan el acceso a áreas remotas que quedan expuestas a nuevas prácticas de intervención humana.
José Antonio López Isarría