Olivier Messiaen (1908-1992) fue un extraordinario músico y ornitólogo. Inició su afición por las aves cumplida ya la treintena de años y llegó a catalogar los cantos de todos los pájaros franceses conocidos gracias a su oído prodigioso y a una memoria excepcional. En sus excursiones escuchaba con suma atención los trinos de las aves y posteriormente los transcribía a sus cuadernos de apuntes musicales para luego usarlos en sus creaciones. En 1952 compuso un concierto para flauta y piano, llamado Le Merle Noir, inspirado en el canto del mirlo.
Inconfundible por el color negro de su plumaje, el pico amarillo anaranjado y su insistente y melodioso canto, el macho del mirlo común (Turdus merula) es uno de los pájaros más populares de la avifauna española. Las hembras tienen un color más apagado, marrón oscuro por encima y más claro debajo, con un pico que carece de la brillantez del de los machos.
Plumajes del macho (izquierda) y hembra (derecha)
El hábitat natural del mirlo
es la campiña aunque no falta en bosques con vegetación arbustiva y en zonas de
campo abierto con matorrales y setos que le ofrezcan refugios seguros. También
frecuenta parques arbolados y jardines en el interior de poblaciones. En
entornos naturales tiene un carácter esquivo y alarmista, sobre todo en algunas
regiones en las que todavía es objeto de caza masiva. Esto le lleva a
permanecer casi siempre al abrigo de un matorral y a comer en zonas próximas,
presto a volar y ocultarse con un típico grito de alarma. En entornos urbanos, en
cambio, los parques y jardines
cobijan una apreciable población de mirlos que, debido al continuo contacto con
los humanos, se muestran más confiados.
La expansión por las ciudades y pueblos comenzó en Europa a mediados del siglo XIX. En España, esta colonización se produjo sobre todo en la segunda mitad del siglo pasado. En las grandes ciudades, como Madrid, la especie se vio favorecida por la proliferación de los barrios ajardinados periféricos, a partir de los cuales irradiaron colonizaciones esporádicas a los parques y jardines del interior de la urbe. Parece probado que las primeras incursiones ocurrieron durante los inviernos, quizá debido a la mayor disponibilidad de alimento y temperatura más benigna que ofrecía el entorno urbano. Comparadas con las silvestres originarias, las poblaciones urbanas presentan algunas diferencias que podrían ser de origen genético. Los mirlos urbanos tienen una mayor capacidad de aprendizaje y de adaptación a nuevas situaciones ambientales, presentan mayor densidad de población, son más sedentarios y tienen una mayor tolerancia a la presencia humana. Además, se ha detectado una variación de su ritmo circadiano natural para desarrollar su actividad aprovechando la luz artificial, una mayor duración del periodo reproductor, un menor éxito reproductor por nidada y un mayor número de nidadas por temporada, aunque con menos huevos por puesta.
Es habitual ver a los machos
cantar desde un posadero elevado. Lo hacen desde enero hasta mediado el verano, rara
vez en el otoño. El trino del mirlo es muy madrugador, en ambientes urbanos se oye incluso antes del amanecer, aprovechando la luz artificial del alumbrado. Cada macho tiene
un extenso repertorio de frases musicales, muy variadas según la edad ya que cada
año incorpora nuevas notas. Un oído adiestrado es capaz de distinguir
dialectos locales. La voz aflautada y limpia, emitida en tonos altos y de gran
poder de propagación se combina con gorjeos cortos y bajos, muy agradables y
musicales.
Sonograma del canto de un macho de mirlo. Grabación de Carlos de Hita
Es una especie solitaria, territorial
y monógama. El territorio es esencial para el emparejamiento y la cría. Es
habitual que la fidelidad conyugal se mantenga de por vida en las aves
sedentarias. Muchas de las nuevas parejas se forman al final del invierno o
principio de la primavera.
La alimentación es muy
variada, prácticamente omnívora. Le gusta cualquier clase de fruto maduro. Como
les ocurre a otros zorzales (Turdus), consume los
frutos completos, digiere la pulpa y, más tarde, regurgita o evacua la semilla.
De esta forma, mantiene una relación mutualista con las plantas y se convierte
en un agente dispersante de sus semillas. Para este tipo de ingestión se
precisan una serie de adaptaciones entre las que destacan las morfológicas
(picos más anchos que otras especies no frugívoras), histológicas (breve
tránsito intestinal del alimento) y fisiológicas (elevada tolerancia a metabolitos
secundarios potencialmente tóxicos). En ambientes naturales, no urbanos, es
notable su predilección por las cerezas. Además de estas frutas, come una
enorme cantidad de bayas y frutos silvestres de muy variados arbustos. Cuando
picotea en el suelo de los prados probablemente no lo hace sólo sobre insectos,
sino recogiendo una apreciable cantidad de semillas de plantas
silvestres.
De su dieta carnívora es
conocida su preferencia por las lombrices de tierra, aunque también ingiere pequeños
moluscos, arañas e insectos. No obstante, es probable que el consumo
de lombrices no sea tan relevante en la alimentación de los mirlos de hábitats
más naturales.
Quizá por la reciente colonización de espacios urbanos, esta especie ha sido objeto de diversos estudios sobre su adaptación a estos medios humanizados. El ecólogo español Juan Diego Ibáñez Álamo, al frente de un equipo de investigadores del CSIC, comprobó que los mirlos urbanos envejecen antes (aunque, paradójicamente, viven más años) que los que residen en la naturaleza. Los autores del estudio analizaron muestras de sangre de mirlos capturados en las ciudades de Sevilla, Granada, Madrid, Dijon (Francia) y Turku (Finlandia), así como en zonas naturales cercanas a cada una de estas ciudades. En concreto, los investigadores midieron la longitud de los telómeros de estas aves en ambos entornos. Los telómeros son secuencias repetitivas de ADN no codificante situadas en el extremo de los cromosomas. Están presentes en todos los animales y su longitud se reduce con la edad y con distintos factores que afectan negativamente a la salud como son la contaminación y los parásitos.
Las aves viven pocos años,
por lo que cualquier impacto negativo es más rápido y fácil de detectar. En
concreto, los mirlos, como ocurre en otros paseriformes, tienen una alta
mortalidad juvenil. Según datos obtenidos de mirlos en Inglaterra, la
mortalidad llega al 60% el primer año, desciende de forma acusada el segundo
año y no supera el 50% hasta el sexto. Un total de 71 mirlos anillados y
recuperados en España con edad conocida, permitieron construir una tabla de
vida orientativa: 26 no pasaron del primer año, 23 vivieron al menos un año, 12
sobrevivieron al segundo año, 6 al tercero, 1 al cuarto, 2 al quinto y 1 al
sexto.
La menor longitud de los telómeros de los mirlos capturados en las ciudades sugiere que su estado de salud se vería afectado por este ambiente. Aunque los mirlos han sido capaces de adaptarse a los grandes núcleos de población y están presentes en los jardines de todas las ciudades, su estado de salud podría ser peor que el de individuos que viven en zonas de menor impacto por actividades humanas.
Sin embargo, un estudio muy reciente del mismo investigador ha descubierto que los mirlos de entornos no urbanos presentan un mayor nivel circulante de corticosterona, la principal hormona indicadora de estrés fisiológico. En las aves, como en otros vertebrados, la percepción de una situación de riesgo o amenaza produce la elevación de esta hormona. En ausencia de perturbaciones, los niveles de corticosterona son bajos, con leves fluctuaciones que permiten al individuo ajustar sus ritmos de actividad diaria. Pero cuando aparece una alteración ambiental impredecible (predadores, meteorología adversa, parásitos) suben rápidamente los niveles de hormona. Si esta elevación inducida por estrés ocurre durante un tiempo breve (minutos u horas), la corticosterona promueve cambios fisiológicos y de comportamiento encaminados a garantizar la supervivencia inmediata, y una vez cesa la amenaza, retorna hasta niveles basales. Pero si persisten los estímulos nocivos durante días o semanas se puede llegar a una disfunción crónica con consecuencias en el metabolismo, la respuesta inmune, el crecimiento o la reproducción del organismo.
Los investigadores midieron,
además, otros marcadores de estrés como la relación entre anticuerpos
heterófilos y leucocitos (H/L ratio en el esquema de abajo) así como la cantidad de proteínas relacionadas
con la regulación de la temperatura corporal (HSP70). Si bien no hubo
diferencias significativas entre poblaciones en la relación H/L y en los
niveles HSP70, los resultados detectaron más corticosterona en las plumas de
las aves forestales (Feather CORT level), un efecto que es más marcado en los machos y que sugiere
un mayor estrés fisiológico.
Tomado del artículo original publicado en la revista Science of The Total Environment
A falta de una mejor comprensión de estos procesos con un mayor número de estudios, estos resultados sugieren que el hábitat urbano no sería tan hostil para estos pájaros en términos de estrés fisiológico. De hecho, el primer estudio mostraba cómo los mirlos urbanos vivían más años que los que residen en la naturaleza. La urbanización altera la estructura del paisaje y los procesos ecológicos de los hábitats naturales. Si bien las ciudades exponen a las aves a nuevos desafíos, también pueden ofrecer entornos más estables en los que se amortiguan las fluctuaciones ambientales. Vivir en la naturaleza quizá conlleve más estrés que el que pueda imaginarse en un principio. Entre otros riesgos, los animales deben detectar de forma permanente a sus depredadores, soportar cambios de temperaturas radicales, controlar rivales y explorar nuevas despensas de alimento. Muchos frentes abiertos para animales que viven fuera de las “jaulas” urbanas.
Lo que es seguro es que unos y otros, en la ciudad o en el campo, nos alegran la vida con sus cantos. Messiaen definía a los pájaros como “esos seres privilegiados que nos han enseñado la música”. Aunque el compositor afirmaba no ser un buen ornitólogo, sostenía la necesidad de que fueran los músicos quienes transcribieran los cantos de las aves, ya que en otro caso se incurriría en la onomatopeya. Y eso haremos, escuchar la composición del compositor galo inspirada en el canto de un pájaro que los franceses llaman merle noir. Esta versión está interpretada por los músicos canadienses Olivier Hébert-Bouchard (piano) y Ariane Brisson (flauta):