Las cumbres de nuestras montañas,
donde dominan los vientos fríos y la nieve gran parte del año, son el hábitat elegido
por el Gorrión alpino (Montifringilla
nivalis) y el Lagópodo alpino (Lagopus
muta). La vida en estos ambientes es muy exigente y está limitada por el
efecto del frío, la radiación ultravioleta, el viento y las tormentas. Esto ha
provocado la adaptación morfológica y fisiológica de las especies que lo
habitan.
Paisaje de alta montaña |
Los ecosistemas de alta montaña son medios cuya dinámica está controlada por factores abióticos, es decir, aquellos que no forman parte o no son producto de los seres vivos, como el clima o el relieve. Este entorno tan exigente podría cambiar drásticamente si se confirma el progresivo calentamiento que afecta al planeta. Un buen bioindicador del retroceso de glaciares y neveros en España es el lagópodo alpino (también conocido como perdiz nival), especie que cada vez se desplaza más hacia el norte. Esta galliforme tiene un plumaje que muta su color según la estación del año, pardo-grisáceo en verano y blanco en invierno, perfecto para camuflarse en un entorno cambiante. Es un ave típica de la tundra rocosa ártica, con pequeñas poblaciones repartidas por montañas del centro de Asia (Pamir, Altai) y Europa (Escocia, Pirineos, Alpes y Urales). En los Pirineos está ligada a la alta montaña durante todo el año, donde ocupa prados alpinos y landas arbustivas con canchales y neveros. Pasa los inviernos en cotas menores, en zonas de valle más abrigadas. En los meses cálidos frecuenta zonas muy elevadas, normalmente por encima de los 2.200 metros.
Lagópodo alpino. Plumaje primaveral del macho y la hembra (izquierda). Plumaje de invierno (derecha)
Prefiere las orientaciones norte y oeste durante todo el año, que aseguran una presencia casi permanente de nieve en invierno y principios de primavera. En estas exposiciones se produce una menor amplitud térmica diaria, mensual y anual, y por lo tanto un menor desgaste energético para regular la temperatura corporal. Para soportar los rigores del clima, acumula reservas de grasa en verano y otoño y reduce la tasa metabólica en invierno. Se alimenta de materia vegetal que complementa con insectos y otros invertebrados en escasa proporción, aunque varía la dieta según la época del año. En invierno predominan hojas, tallos y yemas de rododendros, brecinas y diversas herbáceas. En verano aumenta el consumo de flores, frutos y semillas, complementado con la ingesta de insectos.
La fecha de fusión de
la nieve varía según los años y marca el nivel de proteína digerible de las
plantas y por tanto la calidad de la dieta. Cuando avanza el deshielo, las
plantas aceleran su crecimiento y mejora la calidad de sus nutrientes. Además, en
años de deshielo temprano, al alargarse el periodo de disponibilidad de comida
de mayor calidad, suele haber un mayor éxito reproductivo. Podría pensarse que
un incremento de temperatura y un descenso de precipitación (ligados al cambio
climático) podrían provocar un adelanto en la puesta y un aumento del éxito
reproductivo. Sin embargo, la fecha de puesta podría depender más de otros
factores como el fotoperiodo (número de horas de luz al día) que de la
variabilidad del clima.
Lo que sí parece probable es que si se reduce el número de nevadas por año, aparezcan desajustes entre el momento de la muda y la desaparición de la nieve, y el ave se convierta en un blanco fácil para depredadores. Además, los lagópodos son muy sensibles a las condiciones adversas durante las primeras semanas de vida de los pollos. Dada la exigua población española (estimada en unas 700 parejas y en declive) es posible que desaparezca de los Pirineos durante este mismo siglo a medida que el calor vaya empujando a la especie hacia el norte.
Y esta parece ser la tendencia en su área de distribución en España. Según un estudio del Observatorio de Sostenibilidad, en los Pirineos la temperatura ha mostrado un incremento en torno a 0,2º C por década, con pocas diferencias entre ambas vertientes de la cordillera. El ascenso fue muy claro a partir de los años ochenta del siglo pasado, y la última década ha sido la más cálida desde que tenemos registros fiables. Estos resultados coinciden con los observados en regiones vecinas y con la tendencia general del clima en Europa occidental. En cambio, la variación de la cantidad de precipitación es menos evidente. La tendencia en los últimos 50 años es negativa, del orden de 28 mm por década, aunque persiste una gran variación interanual, pues aunque en los últimos 30 años han predominado los años secos, ha habido algunos ciclos de mucha precipitación.
Si el mimetismo y el acopio de grasa han sido las estrategias de adaptación de los lagópodos, el gorrión alpino ha desarrollado una solución basada en el oportunismo, mostrando una mayor flexibilidad que la perdiz nival en la selección del hábitat. Así, dependiendo de la frecuencia e intensidad de las nevadas, sus poblaciones descienden a cotas altitudinales inferiores a las registradas en periodo reproductor, aunque una parte permanece en altura aprovechando zonas libres de nieve para alimentarse.
Gorrión alpino (Montifringilla nivalis) |
El gorrión alpino está presente en las grandes cordilleras de Europa y Asia, desde las del norte ibérico hasta las montañas del Cáucaso, Pamir, e Himalaya. En España se estima una población reproductora de 4.500-6.000 parejas, de las cuales 1/3 habitan en la cordillera Cantábrica y 2/3 en Pirineos. Cría en canchales y cortados de zonas rocosas por encima del límite del arbolado. Muestra una gran dependencia de los pastizales y matorrales de alta montaña durante casi todo el año, con especial preferencia por los bordes de los neveros en los que se alimenta de semillas y material vegetal.
Fuera de la época de
reproducción es una especie gregaria, las familias se agrupan en bandos de 20 individuos
o más. Aunque está considerada como una especie sedentaria, no se conocen bien sus
desplazamientos en invierno. Se sabe que ciertas poblaciones de los Alpes
realizan movimientos invernales de más de 1.000 km. La
mayoría de estos desplazamientos tienen lugar en Francia, en la zona
comprendida entre los Alpes y el este de los Pirineos.
En primavera y verano,
los gorriones se alimentan de insectos, lombrices y arañas. En otoño e invierno
cambian a dieta granívora y buscan semillas y piñones en el límite de los
bosques. En esta época difícil, un recurso importante para algunas poblaciones
lo constituyen los restos obtenidos en estaciones de esquí y refugios de alta
montaña. Al igual que sus primos, los gorriones comunes, no eluden la cercanía
de los humanos. De hecho, la presencia de urbanizaciones, estaciones de esquí o refugios
de alta montaña le brindan una fuente de alimento adicional abundante y accesible,
especialmente en invierno.
Son varios los factores que afectan de forma negativa a las poblaciones de este paseriforme de montaña. La sobrecarga ganadera altera la cubierta vegetal de los pastizales de altura y provoca cambios en las comunidades de insectos, principal recurso alimenticio durante el periodo de cría. A medio y largo plazo, el cambio climático será letal si se produce un desajuste entre la disponibilidad de alimento (insectos que adelantan su ciclo natural) y el momento de cría de los pollos. La suavización del clima, además, provocará la desaparición de los neveros, tan importantes para su alimentación.
Los últimos glaciares activos de la Península Ibérica se encuentran en los Pirineos. A comienzos del siglo XX ocupaban 3.300 ha, pero en la actualidad cubren algo menos de 400 ha, es decir se han visto reducidos en casi el 90% de su superficie. Esta regresión es imparable, acorde con la tendencia general mundial. Las aves alpinas deberán ajustar sus patrones biológicos a este cambio incesante. Si no logran una mínima adaptación, desaparecerán pronto de nuestras montañas.
José Antonio López Isarría