A principios de la década de 1980, el geólogo norteamericano Walter Álvarez junto a un equipo de científicos de la Universidad de Berkeley (California), descubrió que una estrecha capa de arcillas estaba altamente enriquecida en iridio. Dado que este elemento químico es muy común en los asteroides pero muy escaso en la Tierra, Álvarez postuló que la capa de arcilla podía derivar del impacto de un gran meteorito.
Dibujo de Don Davis, artista conocido por sus
representaciones de temas relacionados con el espacio. NASA
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Esta fina banda
tenía una antigüedad estimada de 66 millones de años, es decir, entre finales
del Cretácico e inicio del Paleógeno (límite K/Pg para los geólogos). El bólido, de unos 12-18 km de diámetro, habría llegado a la Tierra a una
velocidad de 72.000 km/h, es decir unas 10 veces más rápido que las balas de
los rifles más veloces creados por el hombre. Este colosal alcance provocó la extinción
masiva de casi las 3/4 partes de las especies que habitaban la Tierra, entre
ellas todas las variedades de dinosaurios.
Recreación de un artista sobre el aspecto que podría
tener el cráter de Chicxulub poco
después de que el meteorito cayera en la península de Yucatán. Detlev van
Ravenswaay. Science Source
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La zona de impacto fue
hallada en el noroeste de la península de Yucatán (México). Mediciones
recientes han determinado que el cráter (llamado Chicxulub), tiene 300 km de
diámetro total, con un anillo de 180 km en su pared interior. El cráter había
sido descubierto en 1978 por dos geofísicos que trabajaban para la compañía petrolera
mexicana Pemex como parte de una prospección magnética aérea del golfo de
México. En 2010, después de tres décadas de investigaciones, un amplio grupo de
expertos confirmó todos los detalles de esta catástrofe en un trabajo publicado en Science.
Cráter de Chicxulub. NASA/JPL Caltech, modificado por David Fuchs.
Wikipedia
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El cráter Chicxulub está hoy
enterrado bajo una gruesa capa de
sedimentos. Si pudiéramos observarlo en su totalidad veríamos que la mitad está
bajo el agua y la otra mitad cubierta con la vegetación de la selva. Los
geofísicos han investigado este episodio apoyándose en estudios de estos
sedimentos. El impacto del meteorito liberó una energía equivalente a la de
10.000 millones de bombas como la de Hiroshima y volatilizó ingentes cantidades
de material que proyectó a la atmósfera. En segundos, las ondas de choque
excavaron más de 25 kilómetros de corteza terrestre. Las nubes de polvo
ardiente, cenizas y gases emitidos se extendieron por todo el planeta.
En los sedimentos, los
investigadores han encontrado una gran cantidad de materia orgánica, en
especial hongos y mucho carbón vegetal. Este debió de llegar desde los restos
de los incendios provocados tanto por el impacto como por la caída de
materiales incandescentes de las selvas que había en las proximidades.
En la roca extraída de los bordes interiores del cráter de Chicxulub hay una llamativa ausencia de materiales sulfurosos. No hay rastro de azufre en la zona y momento del impacto, aunque abundan las rocas ricas en sulfuros. Estos datos refuerzan la teoría de que el asteroide expulsó enormes cantidades de sulfuros a la atmósfera, impidiendo la radiación solar y enfriando el planeta. La gran cantidad de dióxido de azufre provocó, además, episodios de lluvia ácida en los océanos exterminando casi toda la vida marina. Diversas simulaciones indican que la temperatura media global descendió 20 grados y se mantuvo así unas decenas de años.
En 2016, un estudio reveló que a la extinción severa de los mamíferos (9 de cada 10 especies desaparecieron tras el impacto) le sucedió una rápida recuperación. Los supervivientes probablemente se alimentaron de insectos, plantas y animales muertos. Con tan poca comida, sólo sobrevivieron las especies de menos talla. Los animales más grandes seguramente no serían mayores que un gato por lo que la clave de la prosperidad de los mamíferos tras el impacto radicó en la talla de los supervivientes. A diferencia de los reptiles, los primitivos mamíferos podían regular la temperatura corporal, disponían de un sistema nervioso central más desarrollado y una mayor capacidad de adaptación a condiciones ambientales cambiantes, de forma que se recuperaron con mayor rapidez de lo que se creía y pronto duplicaron el número de especies que había antes de la extinción. Se estima que ocurrió en apenas 300.000 años, un tiempo muy breve en la escala evolutiva. También ayudó la enorme cantidad de nichos ecológicos vacíos que dejaron los dinosaurios.
En relación a las aves, los
otros vertebrados de sangre caliente que habitaban la Tierra, recientes investigaciones han explicado por qué los
cambios ecológicos drásticos que ocurrieron en esa época habrían penalizado a los dinosaurios parecidos a pájaros y no a las
aves antiguas con picos desdentados. El rasgo clave que los
diferenciaba era precisamente la existencia de dientes.
El polvo y las partículas procedentes
de los masivos incendios forestales velaron el sol durante meses, diezmando las
plantas y los herbívoros que las comían. A pesar de que este escenario era
propicio para dinosaurios carnívoros dada la gran cantidad de animales muertos disponibles,
en realidad se trataba de un recurso a corto plazo. Al cabo de un tiempo, lo
único que quedaba para comer eran bancos de semillas. Las plantas las producen en
mucha mayor cantidad que las que germinan en un año dado, y muchas de ellas
permanecen latentes en los suelos durante décadas. Los antepasados de los
pájaros modernos, con sus picos, podían alimentarse de ellas mientras otros
animales se morían de hambre. Incluso en la actualidad, las semillas siguen
siendo el recurso más abundante en las zonas devastadas por los incendios
forestales, y las aves granívoras son los primeros animales en recolonizarlas.
Como refuerzo a esta tesis, el
paleobiólogo británico Daniel Field ha sugerido que las únicas aves supervivientes a la catástrofe fueron las que
vivían en el suelo, no en los árboles. La principal razón es que el impacto del
asteroide provocó una destrucción de bosques a escala global que tardaron miles
de años en recuperarse. Los precursores de las aves modernas que actualmente
viven en los árboles no se desplazaron hasta ellos hasta que los bosques se
recuperaron de los efectos devastadores del meteorito.
Aunque hay evidencias que
apuntan a que muchas especies de aves mostraban en aquellos tiempos el hábito de criar en los árboles y vivir en su entorno, es probable que ninguna sobreviviera a la
extinción del Cretácico. Solo un puñado de linajes ancestrales sobrevivió a este cataclismo y toda la asombrosa diversidad de aves actuales puede rastrearse hasta estos primitivos supervivientes.
Este hallazgo ilustra, una vez más, la influencia decisiva que tienen estos
episodios de extinción en las trayectorias evolutivas de los principales
grupos de organismos. Queda por saber cómo y cuánto tardó el bosque en
recuperarse como hábitat y cómo aquellas primeras aves fueron extendiéndose
hasta evolucionar en diferentes especies.
En la frontera de Bélgica y
Países Bajos, se han hallado los restos del ave moderna más antigua documentada
hasta la fecha. Se trata de un cráneo casi completo atrapado en estratos de
roca caliza datados hace casi 67 millones de años. Eso significa que vivió
menos de un millón de años antes de la gran extinción cretácica. Por eso sus
descubridores señalan que el nuevo fósil proporciona una pieza clave para
aclarar cómo eran las aves que sobrevivieron al cataclismo. El nombre oficial
de esta nueva especie es Asteriornis
maastrichtensis, en referencia al lugar donde fue hallado y a Asteria, la diosa
griega de las estrellas fugaces (en la mitología griega Asteria se transformó
en codorniz para huir del acoso de Zeus). Era un ave de patas largas que
probablemente merodeaba por las playas de la Europa del Cretácico superior, un
ecosistema formado por cadenas de islas en mares cálidos y poco profundos, con
un clima tropical.
Reconstrucción del ave moderna más antigua
documentada (Asteriornis maastrichtensis)
en su hábitat original. Tomado de National Geographic
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Un análisis detallado de su
cráneo refleja una combinación de rasgos comunes con los Anseriformes (un orden
de aves que incluye a patos y gansos) y los Galliformes (orden que incluye a
los gallos, las perdices, las codornices y los pavos). Además del cráneo se
hallaron dos fragmentos de huesos de una pata. Estos supervivientes tendrían
una dieta omnívora, pequeño tamaño y vivirían cerca de la costa.
Modelo a tamaño real impreso en 3D del fósil del cráneo
del Asteriornis. Fotografía de Daniel
Field
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El pico es ligero y de punta
roma. El cráneo es más angosto sobre las cuencas de los ojos, y los huesos que
forman la articulación de la mandíbula son muy parecidos al actual patrón del
clado galloanserano (que agrupa a los anseriformes y los galliformes). Estos
rasgos sitúan a Asteriornis como el
mejor precursor de las aves modernas (Neornithes), grupo zoológico que incluye
a todas las aves actuales. Las aves pre-neornitas como Archaeopteryx o Ichthyornis,
tienen un gran parecido a las aves modernas pero conservan características
primitivas como dientes en el pico o garras en las puntas de sus alas.
Reconstrucción en 3D del cráneo de un fósil de Ichthyornis descubierto en Kansas. Fotografía
de Daniel Field
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El inesperado impacto de un
asteroide de 14 km de diámetro resultó clave para que unas pocas aves con una
determinada dieta, un tamaño corporal pequeño y hábitos de cría no arbóreos resistieran el embate y ganaran
su particular lucha por la existencia. Se convirtieron, sin pretenderlo, en la
piedra angular de la evolución posterior de las aves modernas.
José Antonio López Isarría