23 marzo 2020

Ella y él

El colorido plumaje de muchas aves, su conducta durante el cortejo y su canto tienen que ver con lo que Darwin denominó “selección sexual”. Esta idea ha estimulado numerosas investigaciones en diversas ramas de la Biología. El gran naturalista inglés se adelantó a su época por su profunda comprensión del funcionamiento de los organismos en su ambiente.


En el capítulo IV del libro “El origen de las especies”, Darwin escribió:

“Esto me lleva a decir algunas palabras sobre lo que he llamado selección sexual. Esta forma de selección no depende de una lucha por la existencia en relación con otros seres vivos o frente a las condiciones ambientales, sino de una lucha entre los individuos de un sexo (generalmente los machos) por la posesión del otro sexo. El resultado no es la muerte del competidor desafortunado, sino el efecto de dejar poca o ninguna descendencia. La selección sexual es, por tanto, menos rigurosa que la selección natural. Generalmente, los machos más vigorosos, los que están mejor adaptados a su situación en la naturaleza, dejarán más descendencia; pero en muchos casos la victoria depende no tanto del vigor natural como de la posesión de armas especiales limitadas al sexo masculino. Un ciervo sin cuernos, un gallo sin espolones, tendrán pocas probabilidades de dejar descendencia numerosa. La selección sexual, favoreciendo la cría del vencedor, pudo, seguramente, dar valor indomable, longitud a los espolones, fuerza al ala para empujar la pata armada de espolón, casi del mismo modo que lo hace el brutal gallero mediante la cuidadosa selección de sus mejores gallos de pelea.”

Espolones de un gallo de pelea
Darwin distinguió cómo se seleccionan los caracteres sexuales primarios (los que diferencian ambos sexos desde el nacimiento y están relacionados con la reproducción) y los secundarios (aquellos que sin intervenir directamente en la reproducción también contribuyen a la diferenciación). En su opinión, los primeros son adquiridos por procesos de selección natural, mientras que los segundos serían fruto de la competencia entre individuos de un mismo sexo por el apareamiento (selección intrasexual).

La mayoría de los científicos coetáneos de Darwin consideraron que la selección sexual era una mera conjetura. De hecho, esta idea no fue tomada en serio hasta un siglo después. En ese intervalo de tiempo, la contribución más importante ocurrió en 1930 y vino de la mano del biólogo y matemático Ronald Fisher, que propuso que la elección femenina podía llevar a un proceso de retroalimentación positiva una vez iniciado.

Pareja de patos cuchara (Anas clypeata)
El modelo de selección sexual de Fisher, también denominado selección autorreforzante, trata de explicar, por un lado, el comportamiento observado en las especies que tienen descendientes por medio de la reproducción sexual y, por el otro, los mecanismos de la elección femenina de los rasgos fenotípicos presentes en el otro sexo. Pensemos, por ejemplo, en el examen que una hembra hace de la ostentosa exhibición nupcial de un macho de avutarda cuando se transforma en una esfera casi blanca, con las alas colgando, la cabeza entre los hombros y los bigotes erguidos.

Pareja de avutardas (Otis tarda)
Fisher conjeturó que si este criterio de elección domina en una generación, los descendientes masculinos tendrán más posibilidad de poseer este ornamento y las descendientes femeninas serán más exigentes en su elección que sus madres. En las siguientes generaciones esto llevaría a una selección fuera de control por un mecanismo de retroalimentación positiva que modelaría machos con ornamentaciones cada vez más exageradas.

Es obvio que este modelo de selección sexual sólo es factible si los rasgos seleccionados y las preferencias por los mismos son heredables. Los machos evolucionarían para indicar su calidad a las hembras y ser elegidos como progenitores de la siguiente generación. La evolución pondría en juego variadas estrategias como explosiones de color, sinfonías de sonidos o exhibiciones seductoras.

Pavo real en plena exhibición nupcial (derecha) y pájaro moscón en la entrada de su nido

Conocemos muchos ejemplos que avalan estas tesis. En los pavos reales (Pavo cristatus), los machos que atraen a más hembras son los que desarrollan colas más grandes y con un mayor número de ocelos. También las hembras de golondrina (Hirundo rustica) prefieren machos con plumas caudales más largas. Los machos de gorrión común (Passer domesticus) con la mancha negra más grande alcanzan mayor estatus social y son los preferidos por las hembras. Los estornino (Sturnus vulgaris) que entonan cantos más largos tienen mayor éxito con las hembras. En otros casos, la habilidad de los machos para construir nidos es usada por las hembras como criterio de elección, por ejemplo en el pájaro moscón (Remiz pendulinus). El modo por el que las hembras procesan la información proporcionada por las distintas señales es algo que aún no se conoce bien.

Ahora bien, hoy sabemos que el patrón estándar de comportamiento sexual, en el que los machos compiten entre sí y son las hembras las que eligen, puede alterarse y cambiar los roles sexuales. Se ha observado que en ciertas especies en las que los machos dedican mucho tiempo al cuidado de sus crías, los papeles sexuales se invierten y son las hembras quienes compiten por conseguir a los machos, y ellos quienes eligen. Este comportamiento también ha sido observado en peces e insectos.

Pareja de petirrojos (Erithacus rubecula). Ambos sexos son indistinguibles en plumaje
Incluso la ornamentación vistosa también es cosa de ellas. En las últimas tres décadas ha crecido el interés por estudiar aquellas especies en las que tanto el macho como la hembra tienen plumajes llamativos. En un trabajo publicado en 2015, científicos canadienses, australianos y alemanes ya demostraron que el plumaje vistoso en las aves no es solo cosa de machos. Factores sociales y de estilo de vida, más que el sexo, podrían explicar la brillante coloración del plumaje de estas hembras. Analizaron la coloración de casi 6.000 especies de aves paseriformes. Concluyeron que los pájar de gran tamaño tienen tendencia a exhibir plumajes vistosos en ambos sexos, y que las especies tropicales son mucho más coloridas (también en ambos sexos) que las de zonas templadas.

El mielero patiamarillo (Cyanerpes lucidus) es un ave que vive en los bosques tropicales de América Central. La hembra (izquierda) tiene un plumaje más variado en color que el macho

Descubrieron, además, que también el plumaje de las hembras gana notoriedad en especies con un alto nivel de competencia por los recursos, el emparejamiento o la defensa de sus territorios, especialmente en las zonas tropicales. Sólo cuando la presión ambiental o social se relaja, el color del plumaje de las hembras se disipa. Asimismo, descubrieron que ellas portan plumajes más vistosos en las especies en las que ambos sexos se emparejan de forma monógama y contribuyen al cuidado parental.

Pareja de abejarucos europeos (Merops apiaster). Ambos sexos contribuyen de igual forma a la excavación de las galerías de nidificación y al cuidado de las crías

En síntesis, la selección sexual es un producto más de la limitación de recursos en la naturaleza y de la necesidad de los organismos de reproducirse. A diferencia de lo que creía Darwin, es una forma más de la selección natural y no un proceso paralelo. La cuestión no es solo quien elige a quien, sino qué estrategias evolutivas diseñan los plumajes de ellas y ellos. Aún queda mucho por conocer en este campo.
José Antonio López Isarría