El colorido plumaje de muchas aves, su conducta durante el cortejo y su canto tienen que ver con lo que Darwin denominó “selección sexual”. Esta idea ha estimulado numerosas investigaciones en diversas ramas de la Biología. El gran naturalista inglés se adelantó a su época por su profunda comprensión del funcionamiento de los organismos en su ambiente.
“Esto
me lleva a decir algunas palabras sobre lo que he llamado selección
sexual. Esta forma de selección no
depende de una lucha por la existencia en relación con otros seres vivos o frente
a las condiciones ambientales, sino de una lucha entre los individuos de un
sexo (generalmente los machos) por la posesión del otro sexo. El resultado no
es la muerte del competidor desafortunado, sino el efecto de dejar poca o
ninguna descendencia. La selección sexual es, por tanto, menos rigurosa que la selección natural. Generalmente,
los machos más vigorosos, los que están mejor adaptados a su situación en la
naturaleza, dejarán más descendencia; pero en muchos casos la victoria depende
no tanto del vigor natural como de la posesión de armas especiales limitadas al
sexo masculino. Un ciervo sin cuernos, un gallo sin espolones, tendrán pocas
probabilidades de dejar descendencia numerosa. La selección sexual, favoreciendo la cría del vencedor, pudo,
seguramente, dar valor indomable, longitud a los espolones, fuerza al ala para
empujar la pata armada de espolón, casi del mismo modo que lo hace el brutal
gallero mediante la cuidadosa selección de sus mejores gallos de pelea.”
Espolones de un gallo de pelea |
Darwin
distinguió
cómo se seleccionan los caracteres sexuales primarios
(los que diferencian ambos sexos desde el nacimiento y están relacionados con
la reproducción) y los secundarios
(aquellos que sin intervenir directamente en la reproducción también
contribuyen a la diferenciación). En su opinión, los primeros son adquiridos
por procesos de selección natural, mientras que los segundos serían fruto de la
competencia entre individuos de un mismo sexo por el apareamiento (selección intrasexual).
La mayoría de los
científicos coetáneos de Darwin consideraron
que la selección sexual era una mera conjetura. De hecho, esta idea no fue
tomada en serio hasta un siglo después. En ese intervalo de tiempo, la contribución más importante
ocurrió en 1930 y vino de la mano del biólogo y matemático Ronald Fisher, que propuso que la elección femenina podía llevar a
un proceso de retroalimentación positiva una vez iniciado.
Pareja de patos cuchara (Anas clypeata) |
El modelo de selección
sexual de Fisher, también denominado
selección autorreforzante, trata de
explicar, por un lado, el comportamiento observado en las especies que tienen
descendientes por medio de la reproducción sexual y, por el otro, los
mecanismos de la elección femenina de los rasgos fenotípicos presentes en el
otro sexo. Pensemos, por ejemplo, en el examen que una hembra hace de la
ostentosa exhibición nupcial de un macho de avutarda cuando se transforma en
una esfera casi blanca, con las alas colgando, la cabeza entre los hombros y
los bigotes erguidos.
Pareja de avutardas (Otis tarda) |
Fisher
conjeturó que si este criterio de elección domina en una generación, los
descendientes masculinos tendrán más posibilidad de poseer este ornamento y las
descendientes femeninas serán más exigentes en su elección que sus madres. En las siguientes generaciones esto llevaría a una selección fuera de
control por un mecanismo de retroalimentación positiva que modelaría machos con
ornamentaciones cada vez más exageradas.
Es obvio que este modelo de
selección sexual sólo es factible si los rasgos seleccionados y las
preferencias por los mismos son heredables. Los machos evolucionarían para
indicar su calidad a las hembras y ser elegidos como progenitores de la
siguiente generación. La evolución pondría en juego variadas estrategias como explosiones
de color, sinfonías de sonidos o exhibiciones seductoras.
Pavo real en plena exhibición nupcial (derecha) y pájaro moscón en la entrada de su nido
Conocemos muchos ejemplos que
avalan estas tesis. En los pavos reales (Pavo
cristatus), los machos que atraen a más hembras son los que desarrollan
colas más grandes y con un mayor número de ocelos. También las hembras de golondrina
(Hirundo rustica) prefieren machos
con plumas caudales más largas. Los machos de gorrión común (Passer domesticus) con la mancha negra
más grande alcanzan mayor estatus social y son los preferidos por las hembras. Los
estornino (Sturnus vulgaris) que entonan
cantos más largos tienen mayor éxito con las hembras. En otros casos, la
habilidad de los machos para construir nidos es usada por las hembras como
criterio de elección, por ejemplo en el pájaro moscón (Remiz pendulinus). El modo por el que
las hembras procesan la información proporcionada por las distintas señales es
algo que aún no se conoce bien.
Ahora bien, hoy sabemos que
el patrón estándar de comportamiento sexual, en el que los machos compiten
entre sí y son las hembras las que eligen, puede alterarse y cambiar los roles
sexuales. Se ha observado que en ciertas especies en las que los machos dedican mucho tiempo al cuidado de sus crías, los papeles sexuales se invierten y
son las hembras quienes compiten por conseguir a los machos, y ellos quienes
eligen. Este comportamiento también ha sido observado en peces e insectos.
Pareja de petirrojos (Erithacus rubecula). Ambos sexos son indistinguibles en plumaje |
Incluso la ornamentación vistosa también es cosa de ellas. En las
últimas tres décadas ha crecido el interés por estudiar aquellas especies en
las que tanto el macho como la hembra tienen plumajes llamativos. En un trabajo publicado en 2015, científicos canadienses,
australianos y alemanes ya demostraron que el plumaje vistoso en las aves no es
solo cosa de machos. Factores sociales y de estilo de vida, más que el sexo, podrían
explicar la brillante coloración del plumaje de estas hembras. Analizaron la coloración de casi 6.000 especies de aves paseriformes. Concluyeron que los pájar de gran tamaño tienen tendencia a exhibir plumajes vistosos en ambos sexos, y
que las especies tropicales son mucho más coloridas (también en ambos sexos)
que las de zonas templadas.
El mielero patiamarillo (Cyanerpes lucidus) es un ave que vive en los bosques tropicales de
América Central. La hembra (izquierda) tiene un plumaje más variado en color
que el macho
Descubrieron, además, que también el
plumaje de las hembras gana notoriedad en especies
con un alto nivel de competencia por los recursos, el emparejamiento o la defensa de sus territorios,
especialmente en las zonas tropicales. Sólo
cuando la presión ambiental o social se relaja, el color del plumaje de las
hembras se disipa. Asimismo, descubrieron que ellas portan plumajes más
vistosos en las especies en las que ambos sexos se emparejan de forma monógama
y contribuyen al cuidado parental.
Pareja de abejarucos europeos (Merops apiaster). Ambos sexos contribuyen de igual forma a la excavación de las galerías de nidificación y al cuidado de las crías |
En síntesis, la selección sexual es un producto más de la limitación de
recursos en la naturaleza y de la necesidad de los organismos de reproducirse. A diferencia de lo que creía Darwin, es una forma más de la selección natural y no un proceso paralelo. La cuestión no es
solo quien elige a quien, sino qué estrategias evolutivas diseñan los plumajes
de ellas y ellos. Aún queda mucho por conocer en este campo.
José Antonio López Isarría