En el mundo de los vertebrados se conocen numerosos ejemplos de animales venenosos. Diversas especies de peces, anfibios y reptiles, incluso algunos casos confirmados en mamíferos (musarañas, topos y loris perezosos) han sido citados como venenosos. Pero no se conocía ninguna especie en el mundo de las aves hasta que en 1989, el joven becario de la universidad de Chicago John Dumbacher se quedó sorprendido por el efecto irritante que le provocó la manipulación de un pájaro negro y anaranjado, un pitohuí encapuchado (Pitohui dichrous).
Pitohui dichrous. Dibujo de Olivia Eliash Delano |
Lo liberó con sus manos de una red de captura en una zona boscosa de Papúa Nueva Guinea. Intrigado por esa especie de
urticaria animal, Dumbacher recolectó
plumajes de varios ejemplares de pitohuíes en la siguiente expedición a la zona.
De vuelta a su país, contactó con el John
Daly, un farmacólogo del National
Institute of Health que había trabajado años atrás en la descripción y
caracterización de las toxinas de varias especies de anfibios y reptiles.
Variedades de ranas "dardo" Phyllobates terribilis
Tras un minucioso estudio de
laboratorio, Daly halló que el
plumaje de estos pájaros contenía batracotoxina,
el veneno responsable de la toxicidad de unos pequeños batracios denominados ranas
“dardo” (Phyllobates terribilis) y endémicos
de la selva húmeda de Colombia y Panamá, a más de 15.000 km de distancia del
hábitat de los pitohuíes. Estos anfibios están considerados como uno de los
vertebrados más venenosos del mundo. Su piel está impregnada de un alcaloide que
altera la liberación del acetilcolina en la placa neuromuscular y provoca contracción
muscular tetánica, parálisis de los músculos respiratorios y muerte por paro
respiratorio. El veneno presente en la piel de una rana es suficiente para
matar a 15 personas. De hecho, los nativos de la selva colombiana impregnan sus
flechas en la piel de estos pequeños anfibios para hacerlas más letales,
costumbre que ha dado origen a su nombre (“dardo”).
Pitohui dichrous |
Dumbacher
y Daly habían descubierto el primer caso de existencia de
neurotoxinas en aves. El hallazgo fue publicado en el número de octubre de 1992
de la revista Science, que le dedicó además su imagen de portada. En la piel y
el plumaje de los pitohuíes, sin embargo, la concentración de este alcaloide es
mucho menor que en los batracios, por lo que su efecto en humanos se limita a episodios
de irritación en la piel y ojos, picor y adormecimiento en la boca. Actualmente
se conoce su presencia en el plumaje de tres especies, todas habitantes de
Papúa Nueva Guinea: Pitohui dichrous,
Pitohui kirhocephalus e Ifrita kowaldi. También se han descubierto trazas
de esta toxina en el picanzo chico (Colluricincla
megarhyncha), un paseriforme que vive en Nueva Guinea y Australia.
Pitohui kirhocephalus (izquierda) e Ifrita kowaldi (derecha)
Una cuestión interesante es
investigar cómo se obtiene el veneno. Desde los primeros análisis se supo que aunque
la batracotoxina está mucho más
concentrada en la piel y las plumas, también está presente en los órganos
internos como los músculos, el corazón y la glándula uropigial. Este hecho
descarta la vía tópica como origen de la toxicidad, es decir, que las aves
sinteticen el veneno por sí mismas y lo transfieran a los órganos depositarios.
De modo que, o bien, los pitohuíes lo consiguen de una fuente externa (una
planta o un fruto, por ejemplo) o lo ingieren de forma regular a través de la
dieta.
Colluricincla megarhyncha |
Cuando Daly estudió las batracotoxinas
de las ranas “dardo”, descubrió que si éstas eran criadas en cautividad y alimentadas
con una dieta de termitas y gusanos de la harina, perdían su carácter venenoso.
Esto parecía sugerir que el origen del tóxico estaba en algún componente de la
dieta que estos anfibios sólo encontraban en su hábitat natural. Al analizar el contenido del
buche y la molleja de varios pitohuíes e ifritas se encontraron restos de
escarabajos Choresine. Los
investigadores recolectaron ejemplares de varias especies de estos pequeños insectos
y confirmaron la presencia de batracotoxinas
en ellos. La hipótesis de que estos escarabajos pudieran ser la fuente de las
toxinas entró en escena con fuerza. De hecho, los nativos de la selva de Papúa
llaman “nanisani” a los coleópteros Choresine porque causan picor y escozor si entran en contacto con
la piel o las mucosas.
Choresine pulchra |
Además, aunque los pitohuíes incluyen una cierta proporción
de semillas en su dieta, los ifrita son
estrictamente insectívoros, lo que reforzaría la hipótesis de que son los
escarabajos y no un vegetal la fuente de toxinas de estas aves. La posibilidad
de que también las ranas “dardo” obtengan toxinas de coleópteros afines no ha sido
probada debido a la enorme dificultad del trabajo de campo en Colombia.
Es posible que la batracotoxina cumpla una doble función insecticida
y antidepredatoria a las aves que la portan, es decir, que las proteja de
ciertos ectoparásitos (como los malófagos) y que actúe como defensa frente a
sus depredadores, de hecho los cazadores locales aborrecen y evitan capturar cualquiera
de estas aves. Además, las plumas cobertoras del pecho y vientre son las que
tienen mayor concentración de toxina. Este tipo de plumón desprende pequeñas
partículas cuando el ave mueve o cuando se toca su plumaje, lo que provoca que
la toxina se disperse por el aire y sea inhalada por un potencial
depredador. Además, este plumón está en contacto directo con la puesta durante
la incubación, impregnando los huevos de toxina y protegiéndolos de predadores
de nidos.
En Biología, la antítesis
del mimetismo o camuflaje se conoce como aposematismo.
Etimológicamente el término significa “señal de advertencia”. Es un fenómeno más
habitual en animales que en plantas, y se hace visible mediante el desarrollo
de defensas potentes (aguijones, colmillos) o por la aparición de sabores
desagradables, repelentes. El objetivo es ahuyentar a un potencial depredador. Es
común en artrópodos, anfibios y reptiles. En estos animales, la exhibición de
colores vivos, rojos, naranjas o amarillos sobre fondos oscuros anuncia su
condición de venenosos y advierten del peligro a sus depredadores.
En 1940, el zoólogo inglés Hugh Cott publicó un interesante
estudio titulado Coloración adaptativa en animales, un texto de 500 páginas sobre
camuflaje, coloración de advertencia y mimetismo. Reunió información de decenas
de especies y encontró una clara correlación negativa entre el colorido del
plumaje de una especie y la palatabilidad de su carne, es decir, aquellas aves que exhiban un plumaje más llamativo serían las menos apreciadas por los depredadores. Sugirió que en muchas de
esas especies el color de su plumaje podría haber evolucionado no tanto como
ornamento sexual, sino como una señal aposemática.
Los colores llamativos estarían advirtiendo a los depredadores del carácter
tóxico del individuo, exactamente como ocurre en muchos insectos, peces o
reptiles venenosos.
Distribución de Pitohui dichrous, Pitohui kirhocephalus y Pitohui uropygialis
|
El género Pitohui tiene
cuatro especies endémicas de Nueva Guinea e islas próximas. El pitohuí
encapuchado (Pitohui dichrous) exhibe colores muy brillantes, con el vientre rojo anaranjado y la cabeza negro azabache. Por su parte, el pitohuí variable
norteño (Pitohui kirhocephalus) tiene
distintos patrones de plumaje según razas geográficas, y al menos dosde ellos son muy
parecidos al pitohuí encapuchado, siguiendo un esquema de mimetismo mutuo en el
que especies peligrosas obtienen ventaja al compartir características que los
potenciales depredadores quieren evitar. Este tipo de mimetismo se denomina
mülleriano, y ocurre cuando la forma y coloración es compartida por especies venenosas o repelentes. Es habitual en algunos grupos de insectos, como
en avispas, pero prácticamente desconocido en aves. La pareja de especies dichrous/ kirhocephalus podría ser un buen ejemplo en ornitología.
Carl Sagan |
Algunos investigadores sugieren
que el género Pitohui es en realidad
un grupo polifilético, es decir, que
las especies que lo forman no pertenecen a un tronco evolutivo común sino que
han sido agrupadas de forma artificial por los taxónomos. Si esto fuera cierto,
indicaría que la toxicidad ha aparecido de manera independiente varias veces en
la historia evolutiva de las aves, y podría estar presente en otras familias u
órdenes de aves aún no conocidos. Se necesita más investigación en este campo.
Hay que recordar aquí la acertada frase del genial Carl Sagan cuando se refería a la existencia de vida extraterrestre: “la ausencia de evidencia no implica evidencia de
ausencia”.
José Antonio López Isarría