23 febrero 2019

Los genes y la monogamia

El pasado mes de enero, se publicó un interesante artículo sobre la base genética de la monogamia, una forma de emparejamiento en animales (y también en seres humanos). En dicho estudio se analizaron cinco pares de especies cercanas en la que una es monógama y la otra no. Estas cinco parejas incluyen especies de peces, anfibios, aves y mamíferos. Las dos aves elegidas fueron el "monógamo" bisbita alpino (Anthus spinoletta)  y el "polígamo" acentor común (Prunella modularis).

Bisbita alpino. Fotografía de John Thompson
Los investigadores, dirigidos por la bióloga norteamericana Rebecca L. Young, han demostrado que, al menos en cinco ocasiones durante los últimos 450 millones de años, la evolución se ha basado en una fórmula universal para “conducir” a estas especies hacia la monogamia. Dicha fórmula consistió en aumentar la actividad de algunos genes y limitar la de otros.

Acentor común. Fotografía de Mario Severi
Se compararon los perfiles genéticos de ARN transcrito (transcriptomas en la terminología de los biólogos moleculares) de los machos reproductores de las especies estudiadas, y se identificaron 24 genes cuya actividad en el cerebro tiene una relación estrecha con el comportamiento monógamo. Algunos de estos genes están relacionados con el aprendizaje o la memoria, y es posible que la formación de un vínculo de pareja o el cuidado de las crías requiera un cambio en los procesos cognitivos que están detrás del comportamiento social.

Las especies monógamas son aquellas en las que un macho se empareja con una sola hembra, a diferencia de las especies polígamas, en las que un sexo se empareja con varios individuos del otro sexo. En el pasado, los primeros estudios biológicos trataron estos sistemas de apareamiento de una forma puramente descriptiva, y no era reconocida la influencia de diversos factores ecológicos sobre las interacciones entre sexos distintos. De alguna forma, el cuidado parental era visto como una armoniosa interacción entre los miembros de la pareja y sus crías.

Hace casi medio siglo, el biólogo y antropólogo norteamericano Robert Trivers propuso una teoría que conocemos como “inversión materna”. En esencia dice que los individuos del sexo que invierten más en la alimentación y protección de las crías (por lo general, las hembras) son los que eligen a sus parejas, mientras que los individuos pertenecientes al otro sexo deben competir por el acceso a ellas y mostrarán una mayor variación en el éxito reproductivo. Aunque hay excepciones notables, se puede afirmar que mientras los machos ponen el esfuerzo en el apareamiento, las hembras lo hacen en el cuidado parental (más apropiadamente, en el cuidado maternal). Hoy sabemos que las condiciones ecológicas locales (alimento, hábitat, competencia, depredación) son factores influyentes en la elección de la pareja, y que, en la medida en que dichas condiciones varían a en el tiempo y en el espacio, sería esperable la existencia de varias estrategias de apareamiento en una misma especie o incluso una misma población.


La figura superior muestra un abanico esquematizado del cuidado parental que prestan hembras y machos en varias especies-tipo elegidas. De izquierda a derecha: aguatero bengalí (Rostratula benghalensis), jacana común (Jacana jacana), alcaraván común (Burhinus oedicnemus), ostrero euroasiático (Haematopus ostralegus), correlimos culiblanco (Calidris fuscicollis), y combatiente (Philomachus pugnax) (Fuente) .

La monogamia es el sistema de apareamiento más común las aves (se reconoce en más del 90% de las especies). El macho y la hembra se aparean con un sólo individuo durante una temporada reproductiva (monogamia seriada), o mientras el compañero esté vivo (monogamia vitalicia). En la mayoría de los casos, ambos sexos proporcionan cuidados parentales. Esta elevada proporción contrasta con su rareza en el mundo de los mamíferos (sólo un 5% de las especies). El hecho de que la monogamia sea más frecuente en las aves que entre otros animales ha sido explicado porque sus hembras no están equipadas con un reservorio incorporado de alimento para la descendencia. Su forma de reproducción por huevos (oviparismo) y la dificultad de sus crías para mantener el calor interno durante los primeros días de vida, han supuesto fuertes restricciones fisiológicas en sus estrategias reproductoras. Esto obliga a que los adultos aporten costosos cuidados parentales tanto a los huevos durante el desarrollo embrionario, como a los pollos tras su nacimiento.

Los pingüinos emperadores (Aptenodytes forsteri) son un buen ejemplo de monogamia seriada.
La monogamia también se refuerza por la necesidad del macho a la hora de asegurar y defender un territorio de alimentación o un lugar de nidificación. Normalmente, las hembras de las aves se mueven por distintos territorios defendidos por machos y eligen aparearse con aquel que ofrezca uno que garantice el éxito reproductor. Diversos experimentos muestran que la participación del macho durante la fase de ceba de los polluelos, incrementa significativamente el éxito reproductor de la pareja. El gran ornitólogo David Lack ya sugirió hace sesenta años que la monogamia es el principal sistema de apareamiento entre las aves porque “cada macho y cada hembra, en promedio, obtendrán un mayor número de descendientes si cooperan en el cuidado de su prole”.

En la poligamia, en cambio, un sexo establece relaciones reproductoras de forma más o menos simultánea con más de un miembro del sexo opuesto. Si es el macho el que se aparea con varias hembras se habla de poliginia, y si es al contrario se habla de poliandria. En principio, la poligamia es una estrategia viable en aquellas especies en las que un sexo está dispuesto a asumir la mayor parte del cuidado parental, bien porque los requerimientos de atención a las crías son menores (como ocurre con los pollos nidífugos) bien porque existe una gran abundancia de recursos alimenticios que permiten a uno de los dos sexos sacar adelante la descendencia sin la ayuda del otro.

Jacanas sudamericana (Jacana jacana)
De las dos modalidades poligámicas, la poliandria es la más rara (1% de todas las especies de aves). Por ejemplo está bien documentada en las jacanas sudamericanas (Jacana jacana) y los falaropos picofinos (Phalaropus lobatus) En estos casos, el macho se convierte en un recurso escaso (“limitante” desde el punto de vista ecológico) por el que las hembras deben competir. En consecuencia, los roles que hemos visto que juega cada sexo se ven ahora invertidos, las hembras al competir por los machos han evolucionado hacia tamaños corporales mayores, y los machos pasan a ser los principales responsables del cuidado parental. En el caso del falaropo, un ave limícola que se reproduce en las regiones árticas y subárticas del norte de Europa, Asia y América, las hembras lucen un plumaje nupcial mucho más vistoso que los machos.

Hembra de falaropo picofino (Phalaropus lobatus). Fotografía de  Petr Saj
Sin embargo, no debemos olvidar que estas son estrategias de apareamiento comportamental o social y puede ser que no se correspondan con el sistema de apareamiento desde el punto de vista genético. De hecho, cuando a finales del siglo pasado se pusieron a punto diversas técnicas moleculares para determinar filiaciones, se demostró que en muchas especies monógamas existen copulaciones fuera de la pareja (extra pair fertilizations o EPF's). Esto llevó a una revisión de la terminología, hablándose en la actualidad de especies socialmente monógamas y especies genéticamente monógamas. La monogamia social se refiere a la relación de un macho y una hembra que están espacialmente juntos, que se aparean y cooperan en tareas de cuidado y alimentación de la descendencia. La monogamia genética se restringe al exclusivo apareamiento entre macho y hembra. Y aquí es donde entran las EFP’s.

De hecho, aunque el bisbita alpino está considerado como un pájaro monógamo, no son raros los territorios en los que un macho comparte dos o más hembras nidificantes, o una hembra atiende a dos o más machos. Estos sistemas poligámicos parecen habituales en pájaros de montaña. Respecto a los acéntores comunes, su poligamia puede ser considerada como poliandria cooperativa, ya que dos o más machos comparten el cuidado parental de la descendencia con una o varias hembras. Para las hembras este tipo de comportamiento será beneficioso porque con la ayuda de varios machos pueden sacarse más crías adelante. Sin embargo, para los machos el beneficio obtenido depende de si el aumento en el número de descendientes sobrepasa el coste de una paternidad compartida con otros machos. Algunas estimaciones indican que entre las especies socialmente monógamas de paseriformes, un 86% tiene copulaciones fuera de la pareja.

Los resultados del estudio citado parecen indicar que la monogamia ha surgido, de manera independiente, muchas veces a lo largo de la historia debido al cambio de expresión de genes que están presentes tanto en monógamos como en polígamos. Una de las especies empleadas en este estudio son los topillos de la pradera (Microtus ochrogaster), unos roedores norteamericanos que se caracterizan por pertenecer al minoritario grupo de mamíferos monógamos. Al contrario de lo que sucede con otros animales, que olvidan a la hembra después de copular, parece que algo sucede en su cerebro que genera un vínculo que durará para siempre. 

Una investigación anterior, publicada en 2004, con especies de topillos monógamos y polígamos (VER) ya había revelado el efecto de un gen que codifica la proteína “receptor de vasopresina”. Esta proteína trabaja en el paladium ventral, una región cerebral que regula la sensación de premio y que está íntimamente relacionada con la memoria y el placer. Se descubrió que los ratoncillos monógamos poseen abundante receptor de vasopresina en sus cerebros, por lo que son capaces de recordar a su pareja y los momentos agradables de convivencia con ella. Sin embargo, los ratoncillos promiscuos carecen de estas proteínas en sus cerebros, por lo que no son capaces de recordar la unión con la hembra. Lo más sorprendente fue que si a los topillos polígamos se les proporcionaba de manera artificial oxitocina y vasopresina, también se volvían monógamos.

Pareja de topillos de la pradera 
Seguimos sin comprender bien cómo actúan esos genes en el cerebro para favorecer la monogamia y eso es lo que se debería averiguar en el futuro. No obstante, se incide en la importancia de haber descubierto un sistema común en biología por el que muchas especies pueden acabar teniendo un comportamiento monógamo. Rebecca Young aclara que su estudio no es extrapolable a humanos, entre otras cosas porque no se puede tomar el cerebro de un ser humano para analizarlo como han hecho con el resto de animales.

Añade que, de todas formas, no se encontraría una pauta única. Incluso los topillos de la pradera, con su marcada monogamia, no renuncian a una aventura sexual si se presenta la ocasión. De hecho, se calcula que alrededor del 10% de las crías de una pareja son hijos EFP’s. Y no todos los topillos son iguales. Como entre los humanos, hay individuos que jamás se emparejan y otros que no pueden vivir en soledad. Los investigadores diseñaron un sistema para diferenciar unos de otros y descubrieron que tenían versiones diferentes del gen que produce el receptor de la vasopresina y, en consecuencia, distinta sensibilidad a la hormona que ayuda a crear vínculos.


El polémico biólogo molecular Bruce Lipton, nos recuerda una y otra vez que los genes no son el destino. Es un radical defensor de la influencia ambiental sobre el genoma a través de factores como la nutrición, el estrés o las emociones. Quizá la genética de la monogamia sea un buen ejemplo para matizar el sentido más restrictivo de llamado “determinismo genético”, la hipótesis opuesta a la de Lipton, que defiende la idea de que el comportamiento de los seres vivos está condicionado por su información genética. La pesada herencia genética sería una carga o un regalo, dependiendo de las connotaciones de cada caso.

José Antonio López Isarría