Uno de los sonidos vinculados a mi infancia es el chillido en vuelo de los vencejos (Apus apus) que oía a diario durante los veranos en mi casa de Ciudad Jardín (Madrid). El ornitólogo y naturalista galés Ronald M. Lockley planteó hace casi cincuenta años que, a excepción de la temporada de cría, estos pájaros pasan la mayor parte de su vida en el aire. Son los campeones en la conquista del medio aéreo dentro del mundo de las aves.
La etimología de su nombre científico proviene del griego antiguo apous (άπους) que significa «sin pies», en referencia a su hábito casi exclusivamente aéreo. Sus patas están emplumadas y son muy cortas, tanto que le impiden posarse en el suelo. Su nombre castellano deriva de una alteración o confusión con honcejo, palabra que combina hocejo (del español antiguo y referido a la hoz), y oncejo (derivado del término latino unciculum o uña). Quizá por un proceso de confusión fonética se llegó al vocablo vencejo.
Sus reclamos en vuelo consisten en chillidos estridentes, resonantes y monótonos. Muy asociados a las tardes de veranos de nuestras ciudades y pueblos.
Reclamos de vuelo (arriba) y alarma (abajo) de los vencejos comunes
La especie pertenece a la
tribu Apodini, que se caracteriza,
entre otros rasgos estructurales, por presentar pamprodactilia (los cuatro dedos de las patas dirigidos hacia
delante). Además de su reclamo, tiene una silueta en vuelo inconfundible, en forma
de ballesta, con la cola corta y ahorquillada, y las alas estrechas y largas. El
pico es corto y plano. La boca es muy ancha. Muestra coloración uniforme de
tono pardo oscuro, casi negro, excepto en la garganta, que es clara.
No hay que confundir los
vencejos (g. Apus), con los aviones (g.
Delichon) y golondrinas (g. Hirundo rustica). Desde el punto de
vista evolutivo, nada tienen que ver. El único punto en común es la forma
aerodinámica de sus cuerpos. Ha ocurrido un proceso de convergencia evolutiva
que ha diseñado una forma corporal frente a unos modos de vida semejantes,
incluidos los hábitats urbanos en los que viven.
Sus extraordinarias dotes de
vuelo les permiten ser independientes del hábitat, excepto en el momento de
nidificar. De hecho, ocupa casi todos los hábitats del Paleártico y solo
requiere zonas con insectos voladores, agua y huecos donde instalar el nido. En
España elige construcciones humanas para nidificar (aleros y huecos de edificios),
casi siempre de forma colonial, con nidos muy próximos, en ocasiones a solo un
metro de distancia. Los nidos, siempre dentro de un hueco, consisten en una
copa de unos 10 centímetros de diámetro, elaborada con materia vegetal y plumas
aglutinadas con saliva. Suelen regresar cada año al mismo nido y asociarse a la
misma pareja. La puesta habitual (única por temporada de cría) es de dos o tres
huevos, de color blanco. Ambos sexos incuban durante tres semanas y alimentan a
los pollos unas 10 veces por jornada, hasta que estos adquieren la capacidad de
volar, a la edad de 40-45 días. Estas aves alcanzan la madurez sexual a los dos
años y son longevas, con registros de al menos 21 años de edad.
Es especialista en la
captura de pequeños insectos voladores (aeroplancton).
Practican una especie de barrido en vuelo, con la boca abierta a modo de
cazamariposas. Evita insectos dotados de aguijón y captura himenópteros (sobre
todo hormigas), chinches, moscas y mosquitos. Bebe en vuelo, raseando sobre
láminas de agua.
Plumaje juvenil del vencejo común |
Es una especie estival en España, y migrador de larga distancia, con áreas de invernada en África meridional. La ocupación de las colonias ocurre bien entrado abril y en mayo, en función de la latitud (más tarde cuanto más al norte). Abandona las áreas de nidificación a finales de julio, y en agosto se observan bandos fuera de zonas urbanas. En Europa se calculan 7-17 millones de parejas, superando el millón España, Francia, Italia, Rusia y Turquía.
En 2016 (ver), unos investigadores de la Universidad de Lund (Suecia) han podido confirmar científicamente el hábito aéreo de los vencejos. Han comprobado que son capaces de permanecer en vuelo ininterrumpido durante diez meses completos y sólo se posan dos meses para poner los huevos y criar a sus polluelos. Anders Hedenström (biólogo de la Universidad de Lund) afirma que una fase de vuelo de diez meses es todo un récord, es lo más prolongado que se conoce en cualquier especie de ave.
Volar a esas alturas plantea problemas fisiológicos no menores. Todo aumento de altura genera el consiguiente descenso de presión atmosférica, un descenso en la presión parcial del O2 y una disminución en la saturación de la sangre por ese gas. Si, además, la acción de elevarse a gran altura (sobre todo al anochecer) es una característica habitual en la actividad de estas aves, tendría que haber una serie de adaptaciones fisiológicas que les permitieran superar estas condiciones de hipoxia. Diversos estudios han comprobado que los valores de la afinidad de oxígeno por la hemoglobina son similares a aquéllos que presentan las aves que viven a más de 2500 m de altitud, lo que representaría una adaptación homeostática mediante una policitemia secundaria. La policitemia es un aumento del hematocrito, es decir, de la proporción de glóbulos rojos por volumen sanguíneo, debido a un incremento del número de eritrocitos o a una disminución del plasma sanguíneo, provocado por una hipoxia asociada a la altura. Estaríamos hablando de una adaptación a condiciones de hipoxia durante vuelos a altitudes considerables, fenómeno muy raro en las aves.
Fragata en vuelo (Fragata minor) |
José Antonio López Isarría