Es difícil encontrar en nuestros campos un ave con más colores que el abejaruco (Merops apiaster). Tiene el tamaño de un mirlo con menos masa corporal. Pertenece a la familia Meropidae, que agrupa a 27 especies insectívoras, extraordinarias cazadoras de insectos en vuelo, sobre todo abejas. Apicultores extremeños y andaluces llevan años pidiendo la descatalogación del abejaruco como ave protegida. Según ellos, estos pájaros son responsables, junto a otros factores, de la escasa producción de miel.
Su plumaje tiene los cuatro colores centrales del arcoíris; naranja, amarillo, azul y verde, junto con leves toques de blanco (en la frente) y negro (en el pico, las patas y las puntas de las plumas alares). Es azulado en la parte inferior y pardo amarillento en la superior, con el cuello de un amarillo vivo. El píleo y la nuca tienen un color castaño que se torna amarillento en la espalda, escapulares y obispillo. La cola es verde brillante por arriba y marrón por abajo, con las dos rectrices centrales alargadas y puntiagudas. Tiene una máscara negra que cruza la cara a la altura de los ojos. La barbilla y garganta son de un llamativo amarillo, y bordea por debajo con una estrecha banda negra que se extiende hasta los flancos del cuello. El iris tiene un color carmesí, rojo vivo.
La especie puede
verse en España desde abril a septiembre. Su dieta se basa en insectos que
atrapa al vuelo, principalmente abejas, avispas, moscardones y libélulas. A
menudo entra en conflicto con los apicultores, ya que acude con frecuencia a
las colmenas para alimentarse de las abejas, asunto que trataremos más tarde.
En España se presenta de forma casi continua por toda la Península, a excepción
de Galicia, la región cantábrica y Pirineos.
A comienzos de otoño, los abejarucos abandonan sus áreas de cría y
vuelan a sus cuarteles de invierno africanos, donde permanecerán hasta la
primavera siguiente.
Distribución mundial del Abejaruco europeo (Merops apiaster) |
El abejaruco nidifica
en todo tipo de hábitats, evitando sólo los bosques densos y la alta montaña. Muestra
preferencia por áreas abiertas con poco arbolado como campos de cultivo, dehesas,
estepas y vegas fluviales. Excava sus nidos en taludes, cortados arenosos e
incluso en el suelo. Estos taludes pueden ser naturales (márgenes erosionados,
barrancos) o artificiales (producidos por movimientos de tierra debidos a obras
viarias o de otro tipo).
Tomado de la edición digital de Fauna Ibérica. Dinamic Multimedia |
La época reproductora comienza en abril. Para construir el nido, perfora una galería de 0,5 a 2 metros de profundidad según la dureza de los materiales del terreno. La entrada del túnel tiene unos 10 centímetros de diámetro, y progresivamente se estrecha hasta terminar en una cámara final más ancha. Ambos progenitores llevan a cabo la excavación, que realizan con el pico, y expulsan la tierra con las patas. Terminan la galería en 1,5 o 2 semanas.
En el mes de mayo, la
hembra pone unos seis o siete huevos, que incuban ambos padres. Sólo tiene una
única puesta anual. Los pollos nacen en junio, con una diferencia de edad igual
al retardo en la puesta de cada huevo. De esta manera, los pollos nacidos
antes, más grandes, se imponen a sus hermanos a la hora de recibir las cebas.
Este tipo de estrategia, típica de rapaces, hace que la supervivencia de todos
los pollos esté muy condicionada por la abundancia de alimento. Los dos padres
se encargan de la ceba, aunque a menudo también reciben ayuda de otros
congéneres, generalmente subadultos familiares no reproductores.
Los datos más actuales que
disponemos de censo indican una población mínima de 105.000 parejas en España. Esta
cifra supone la mayor población del oeste de Europa y, conjuntamente con la
población de Portugal, concentra en la península Ibérica cerca del 45% de toda la
población europea. Sin duda tenemos un compromiso importante en su conservación.
Uno de sus principales problemas para
dicha conservación es la disponibilidad de lugares adecuados de reproducción, hoy
muy degradados debido a la pérdida y fragmentación de su hábitat. Aunque la
apertura de pistas y caminos por toda la geografía peninsular ha potenciado el
asentamiento de nuevas parejas, muchas de las colonias importantes han
desaparecido por el impacto negativo que ocasiona la construcción de
infraestructuras viarias o el turismo, sobre todo en las parejas establecidas
en zonas de dunas litorales. La persecución directa por parte de cazadores y
apicultores puede tener también efectos importantes a escala local.
Como se dijo al principio, apicultores de Extremadura y Andalucía persiguen desde hace años la descatalogación del abejaruco como especie protegida. Están lógicamente preocupados por el descenso en la producción de miel observado en estos últimos años. Diferentes estudios científicos realizados en Europa han confirmado el preocupante declive de las abejas, asediadas por multitud de amenazas: la destrucción de su hábitat, la varroasis (provocada por el ácaro Varroa, que absorbe los líquidos internos de las abejas), el uso abusivo de pesticidas, el incesante ataque a las colmenas de las avispas asiáticas, el parásito Nosema apis que afecta a su aparato digestivo, el cambio climático, etc. Junto a todos estos factores, los apicultores añaden el asedio continuo que, según ellos, sufren sus colmenas por los abejarucos.
A la izquierda detalle de la morfología de la avispa asiática. A la derecha, macrofotografía del ácaro Varroa
Está en marcha un programa de vigilancia de la mortalidad de colonias de abejas en 17 países de la UE. El proyecto ha sido bautizado con el nombre de Epilobee y ha analizado más de 176.000 colonias. Los resultados muestran mortalidades de un 5% en España, un 14% en Francia y un 15% en Suecia (en el invierno de 2013-2014). Un año antes, con un invierno más largo y frío, la mortalidad alcanzó un 10%, un 14% y un 29%, respectivamente. No obstante, son porcentajes alejados de las cifras alarmistas denunciadas por algunas organizaciones ecologistas y agrupaciones de colmeneros, aunque el estudio sigue aún en curso. Enlace al informe: https://www.oie.int/doc/ged/D13755.PDF
Grupo de abejarucos sobrevolando una agrupación de colmenas |
Diversos estudios realizados en los últimos diez años por la Universidad de Murcia y la de Extremadura, así como los informes elaborados por el propio ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente concluyen que la depredación de los abejarucos sobre las colmenas es puntual, temporal y no supone un riesgo para la viabilidad de las mismas, ya que apenas consumen un 2% de las abejas, cifra que de forma natural puede ser regenerada por las propias colmenas.
La Sociedad Española de Ornitología (SEO) señala otros problemas muy graves que afectan a las abejas y que no se afrontan con seriedad ya que suponen el reconocimiento de realidades incómodas, como los tratamientos agrarios con productos químicos altamente dañinos para las abejas (y otros insectos) que cada año se realizan en nuestros campos. El ministerio español de Medio Ambiente ha definido medidas eficaces para evitar la presión de los abejarucos sobre las colmenas, basadas en la instalación de mallas de sombreo, redes plásticas de protección lateral y bebederos. En total, con una inversión inferior a mil euros se puede proteger con eficacia una agrupación de 80 colmenas. Además, se trata de una estructura temporal, utilizada sólo en la época de mayor incidencia del abejaruco (los meses de verano) que puede ser después retirada.
No parece, pues, que estos hermosos pájaros estivales de nuestros campos sean los principales responsables de los quebrantos que sufren nuestros apicultores. Para finalizar, dejo un enlace al estupendo vídeo de abejarucos de Manuel Gracia:
José Antonio López Isarría